La trayectoria de Jean-Paul Belmondo, quien falleció el pasado 6 de setiembre en París con 88 años de edad, transcurrió en dos vertientes paralelas y muy diversas entre sí que rara vez se cruzaron. Por un lado, fue el arquetípico protagonista de algunos títulos claves de la Nouvelle Vague, ese movimiento de jóvenes revoltosos que cambió el cine francés e intentó cambiar el mundo a fines de los años cincuenta. Por otro, y cada vez con mayor frecuencia, fue el intérprete popular de un sinnúmero de películas de género (policiales, comedias, aventuras) en las que desplegó una simpatía y un desenfado contagiosos. Los seguidores de uno de los Belmondo ignoraron con frecuencia al otro, pero se requiere haber tenido contacto con ambos para disponer de la imagen completa.
Nacido en Neuilly-sur-Seine, el 9 de abril de 1933, hijo de un escultor parisino, estudió arte dramático en el Conservatoire National Superieur d'Art Dramatique (CNSAD). Después de algunas participaciones en obras de teatro debutó en el cine en la película À pied, à cheval et en voiture (1957), y luego interpretó papeles menores en películas de Henri Aisner, Marc Allegret, Marcel Carné y otros. Sin embargo, en 1959, Jean-Luc Godard le dio el rol principal en su película Sin aliento (1960), uno de los títulos fundacionales de la NouvelleVague, que sigue siendo un clásico y probablemente la mejor película de su director.
Aficionado en su juventud al fútbol y al boxeo, logró un físico atlético y una nariz quebrada que serían dos rasgos a explotar en su carrera cinematográfica. El mote de ser “el hombre más feo del cine francés”, fue probablemente una exageración, pero en todo caso supo utilizarlo a su favor, compensando con una simpatía a toda prueba. Al principio de su carrera asomó sobre todo en películas “intelectuales” o “de arte” bajo la dirección del ya mencionado Godard (Sin aliento, Una mujer es una mujer, Pierrot el loco) y también Chabrol (Doble vida), Peter Brook (Moderato cantábile), Vittorio de Sica (Dos mujeres), y lo siguió haciendo luego, en plena etapa “comercial”, cuando fue convocado por gente como Louis Malle (El ladrón), Alain Resnais (El caso Stavisky) y algunos otros.
Es posible que a cierta altura haya entendido que el papel de “estrella del cine independiente” no era redituable, y se deslizó cada vez más hacia el policial (ocasionalmente de gran calidad como Morir matando de Jean-Pierre Melville, generalmente de rutina a cargo del Henri Verneuil, el Georges Lautner y el Jacques Deray de turno) o la aventura. En este último rubro, quien probablemente lo moldeó con mayor habilidad fue Philippe de Broca, quien en films como Cartouche, El hombre de Río y Aventuras chinas en China supo equilibrar acción, acrobacia y humor con resultados particularmente eficaces. La fórmula se desgastaría con el tiempo, y hubo una época en que ver a Belmondo saltar por una ventana, caer parado y salir corriendo dejó de generar excitación provocó con frecuencia el bostezo. Intermitentemente, sin embargo, el viejo Belmondo reencendía sus fuegos, ya sea en películas de Chabrol o Resnais, ya en la inesperada (en la carrera de su director) versión de Claude Lelouch de Los miserables, una relectura inteligente del texto de Hugo que uno no esperaría de Lelouch.
En los últimos años Belmondo sufrió accidentes que lo sometieron a cirugías de las que no sanaría completamente. La mañana del 6 de septiembre murió en su casa en el 7° distrito de París. Su funeral fue un acontecimiento nacional en el que el presidente Macron afirmó que perder a Belmondo significó “no solo perder a un gran actor”, sino “una parte de la vida" de los franceses. El presente ciclo, realizado en conjunto con la Embajada de Francia en Uruguay y el Institut Français, reúne algunas de sus películas más representativas.
DIR: Jean-Luc Godard / 110 min.
Francia 1965.
DIR: Philippe de Broca / 107 min.
Francia, Italia 1961.
DIR: Jean-Pierre Melville / 108 min.
Francia 1962.
DIR: Jean-Pierre Melville / 117 min.
Francia, Italia 1961.
DIR: Jean-Luc Godard / 85 min.
Francia 1959.
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