Estados Unidos, Grecia, 1964
Dirección: Michael Cacoyannis
Guión: Mihalis Kakogiannis, sobre novela de Nikos Kazantzakis. Fotografía: Walter Lassally. Música: Mikis Theodorakis. Producción: 20th Century Fox. Elenco: Anthony Quinn, Alan Bates, Irene Papas, Lila Kedrova, Sotiris Moustakas, Anna Kyriakou, Eleni Anousaki, Yorgo Voyagis, Takis Emmanuel, Giorgos Foundas, George Pan Cosmatos.
Duración: 136 minutos
En la primera mitad de los años cincuenta, Michael Cacoyannis (versión “anglicizada” del nombre original griego Mihalis Kakoggianis) había llamado alguna atención sobre el cine de su país con un puñado de películas interesantes (Stella, 1955; La mujer de negro, 1955) y especialmente con una espléndida Electra (1961). Sin embargo, la fama mundial le llegaría con esta adaptación de una novela de Nikos Kazantzakis que le proporcionó a Anthony Quinn el papel de su vida (o al menos la oportunidad de ofrecer la mejor versión del bruto vital que ha sido su papel de siempre).
La lección de vida que el personaje de Zorba ofrece al erudito libresco encarnado por Alan Bates depende, fundamentalmente, de la vitalidad del personaje de Quinn, un optimista a prueba de balas que puede reír ante el desastre. Y es ciertamente la presencia de Quinn la que otorga a la película la carnadura de la que carecería con casi cualquier otro actor. El director Cacoyannis, que estaba aquí al nivel de su mejor inspiración (luego vendrían la menos convincente El día que salieron los peces, las clásicas pero no demasiado entusiasmantes Las troyanas e Ifigenia y la desastrosa Dulce país, sobre la dictadura de Pinochet) sabe rodear esa labor esencial con el aporte de un sólido elenco secundario (un muy adecuado Bates, la siempre confiable Papas, la conmovedora en su decadencia Lila Kedrova) y los esmeros fotográficos del británico Lassally, que explotan hábilmente los contrastes de blanco y negro y los contraluces de personajes que se recortan sobre el paisaje, operando como una suerte de coro (griego, claro) de la historia central.
Pero el pretexto para esta exhibición es la muerte de Mikis Theodorakis, y es inevitable referirse a la espléndida banda sonora que el músico griego aportó al film. Incluso quienes no hayan visto Zorba reconocen (si tienen algunos años) su melodía central, y quienes la vieron la unen con la imagen de Quinn bailando, en contradictoria celebración de una catástrofe (“pero que espléndida catástrofe”). En honor de Theodorakis hay que decir que su fama por Zorba resulta algo reduccionista: el más importante músico griego del siglo XX compuso una obra vastísima, y solo para el cine colaboró en 109 películas. Es algo más que el músico (espléndido) de Zorba.