En la entrega de los Oscar número 82, realizada en 2010 y correspondiente a al películas estrenadas en el 2009, ocurrió uno de los episodios más estimulantes de la historia del premio. Entre los films nominados al rubro de mejor película figuraron Avatar de James Cameron y Vivir al límite (The Hurt Locker) de Kathryn Bigelow. En el rubro dirección, Cameron y Bigelow también competían. Uno de los rasgos pintorescos que añadían sabor al asunto era que Cameron y Bigelow habían sido marido y mujer entre 1989 y 1991, aunque se habían divorciado hacía rato. El otro era que se trataba de un enfrentamiento entre David y Goliat. La película de Bigelow había costado quince millones de dólares; la de Cameron, teniendo en cuenta gastos de publicidad y otras lateralidades, había llegado a los 450 millones. No solamente era una de las películas más caras de la historia, sino también de las más exitosas en taquilla, compitiendo apenas con Titanic del mismo Cameron en ese aspecto. La de Bigelow había tenido buenas críticas (no de todo el mundo) pero distaba de ser un éxito de taquilla apabullante. Que Vivir al límite obtuviera el Oscar a mejor película, y que Bigelow se convirtiera en la primera mujer ganadora del premio como directora, fue una de las satisfacciones de la noche. También colocaría a Bigelow en un pedestal que no había ocupado con su a menudo interesante cine previo y sentó las bases para una polémica que la seguiría después.
Kathryn Ann Bigelow nació en San Carlos, California, el 27 de noviembre de 1951, hija de un directivo de una empresa de pinturas y una bibliotecaria. Estudió en la Universidad de Columbia, comenzó su carrera artística como pintora y algunas de sus obras fueron expuestas en el Whitney Museum de Nueva York. Fue miembro del grupo de artistas conceptuales Art and Language y editó la revista teórica Semiotext. También fue agente de policía antes de dedicarse al cine.
En su corto de graduación como estudiante en la Universidad de Columbia en 1978, The Set-Up, Bigelow comenzó a explorar un tema que reiteraría a lo largo de su carrera: la inquietante seducción que la violencia ejerce sobre la gente, aquí a partir de la situación en la que dos hombres se pelean hasta la masacre mientras dos profesores filosofan. Tres años después la cineasta saltaría al largo con The Loveless (1981), coescrita y codirigida con Monty Montgomery y protagonizada por Willem Dafoe, sobre los problemas suscitados por una banda de motociclistas que se detiene en una pequeña ciudad mientras se dirigen a las carreras de Daytona. Sin embargo, Bigelow comenzaría a llamar realmente la atención con su siguiente película, Cuando cae la oscuridad (Near Dark, 1987), una historia de vampiros en ambiente rural y tiempo contemporáneo que confirma, para quienes aún no lo saben, que se puede hacer cine de terror inteligente.
Su siguiente película, Testigo fatal (Blue Steel, 1990) generó algunas dudas, aunque la que vino después, el policial ambientado entre surfistas, Punto de quiebra (Point Break, 1991) confirmó a una narradora competente. Luego vinieron la inquietante anticipación de Días extraños (Strange Days, 1995), el asunto criminal que entrelazaba dos historias de El peso del agua (The Weight of Water, 2000) y la tensa historia de un submarino soviético en peligro de K-9 (K-9, the Widowmaker, 2002).
Al mismo tiempo hizo algunos trabajos para la televisión, pero las polémicas empezaron con Vivir al límite y con el Oscar. Esa historia sobre expertos en el desarme de explosivos en Irak pudo ser leída como un poster de reclutamiento (norteamericanos buenos, iraquíes malos), sin advertir que difícilmente alguien se alistaría después de ver a un grupo de soldados que se drogan con la adrenalina del peligro. El tema podría resumirse en la frase “Se necesitan locos”, algo que al ejército norteamericano no le debe haber hecho mucha gracia. ¿una película bélica o antibélica? Discusiones políticas a un lado, quedaba un modelo de narración cinematográfica con las virtudes de un cine estadounidense casi olvidado: estilo anti retórico, cámara a la altura de los ojos para captar lo que ocurre ahora delante de ella, ausencia de discursos. En fin: cine.
Casi todas esas virtudes, y los enojos políticos, reaparecerían con La noche más oscura (Zero Dark Thirty, 2012), otro tenso relato bélico a propósito de la cacería de Osama Bin Laden. Las indignaciones provinieron esta vez del hecho de que la película (con apenas una benevolente condena) mostraba a los “buenos” torturando a los terroristas de Al Qaeda. En ese tema Bigelow estaba perdida: si hubiera omitido ese dato real habría sido acusada de “blanquear” a los soldados norteamericanos. Pero la película no dice “esto está bien”, dice “esto ocurre”.
El cine posterior de Bigelow no ha llegado a Montevideo: hizo algunos cortos y el largo Detroit (2017), sobre abuso policial en la represión de manifestaciones de protesta en la ciudad del título en 1967. Más cerca en el tiempo, Bigelow ha estado trabajando con Netflix en Aurora, un proyecto sobre un apocalipsis energético.
DIR: Kathryn Bigelow / 125 min.
Estados Unidos 2009.
DIR: Kathryn Bigelow / 157 min.
Estados Unidos 2012.
No serán sólo funciones sorpresa: serán secretas. Desde el momento en que ingresen en la sala se establece un pacto que impide revelar el título del film que verán. Para los que vayan, ese misterio se resolverá in situ; para los que no, será un enigma eterno.
Lo único que les puedo garantizar es que valdrá la pena descubrir estos films si no los conocen o volver a verlos si ya los han visto.
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