Dos de: Stanley Donen (In memoriam)

Hubo dos metidas de pata bastante notorias en la última entrega de los Oscar: no darle el premio a mejor película a Roma (admitámoslo, considerablemente atenuada por los galardones a mejor películas extranjera, dirección y fotografía), y premiar como mejor guión adaptado al de Infiltrado en el Klan de Spike Lee. El resto entra dentro del margen de lo discutible, incluyendo el Oscar a Green Book que era, casi sin dudas, la mejor película de las siete que quedaban si se sacaba Roma.
Hubo empero otra burrada que al principio pasó desapercibida, aunque en días posteriores a la premiación tomó creciente estado público: la omisión en el In memoriam (el recuerdo de la gente de cine fallecida durante la temporada) de Stanley Donen.

Donen integró, con Gene Kelly y Vincente Minelli, la Santísima Trinidad de los renovadores del musical cinematográfico norteamericano, fundamentalmente desde la unidad de producción de Metro presidida por el gran Arthur Freed. Hasta entonces, el musical consistía básicamente en una sucesión de números cantados y bailados para los cuales el guión constituía apenas un pretexto unificador (hay excepciones: Sombrero de copa, con Ginger y Fred, anticipa la “modernidad). En los mejores ejemplos de la Metro, que probablemente arrancaron con La rueda de la fortuna de Minelli pero llegaron a una primera culminación con Un día en Nueva York (1949) de Kelly y Donen, los números musicales no interrumpen la historia sino que ésta prosigue a través de ellos, y no se comprendería si no estuvieran. Un día en Nueva York introdujo también otra novedad que haría historia: sacar las cámaras a la calle, distribuir su canto y su baile en exteriores.

Kelly y Donen confeccionarían poco después el mejor musical de todos los tiempos, Cantando en la lluvia (1952; solo Brindis al amor de Minelli puede competir por el puesto), siguieron trabajando juntos en varias películas en las que exhibieron variables niveles de calidad, y luego se separaron con igual resultado de irregularidad.

De su trabajo en equipo sobreviven sobre todo Un día en Nueva York, Cantando en la lluvia y Siempre hay un día feliz (1955), esta última algo así como la melancólica despedida del mejor período del género. Y si bien es difícil atribuir a uno, otro o los dos los aciertos de algunos de sus trabajos en conjunto puede intentarse alguna hipótesis: Kelly ponía la vitalidad, la energía y sus excepcionales dotes de bailarín. El aporte de Donen era la elegancia, un sentido de la composición de la imagen y cierta sensualidad.

Sin Kelly, Donen hizo un poco de todo: insistió con talento en el musical (La Cenicienta en París, 1956), confeccionó algunas comedias aceptables pero no memorables, y realizó por lo menos una de las películas no dirigidas por Alfred Hitchcock que merecería haber sido dirigida por Alfred Hitchcock (Charada, 1963). También hizo la tontería de Saturno 3 (1980), una insignificante película de ciencia ficción que pudo dirigir cualquiera. Este miniciclo que debería ser más largo recoge una de sus buenas comedias sentimentales (Un camino para dos), y su incomparable Cantando en la lluvia.

Un camino para dos

DIR: Stanley Donen / 111 min.

Reino Unido 1967.

Cantando en la lluvia

DIR: Gene Kelly, Stanley Donen / 103 min.

Estados Unidos 1952.