Uruguay, 2004
Dirección: Juan Pablo Rebella, Pablo Stoll
Guión: Juan Pablo Rebella, Pablo Stoll, Gonzalo Delgado. Fotografía: Bárbara Álvarez. Dirección de arte: Gonzalo Delgado. Música: Pequeña Orquesta Reincidentes, Leonardo Favio. Producción: Fernando Epstein. Elenco: Mirella Pascual, Andrés Pazos, Jorge Bolani, Verónica Perrotta
Duración: 104 minutos
Nunca se sabe más que lo que la cámara y los micrófonos captan acerca de los personajes de esta película uruguaya. Y de los micrófonos, o por lo menos de lo que éstos registran hay que desconfiar: es muy probable que alguien esté mintiendo. En todo caso, un aura de ambigüedad y misterio rodea el comportamiento de estos seres por otra parte tan comunes: el dueño de una fábrica de medias montevideana (Andrés Pazos), la empleada (Mirella Pascual) que acepta hacerse pasar por su esposa y el proclamadamente más próspero hermano del primero (Jorge Bolani) que vive en Brasil y viene de visita. A partir de allí se desencadena entre esos tres personajes un juego de acercamientos, reticencias, revelaciones y disimulos que no concluye realmente con la última imagen del film, sino que se prolonga en la reflexión posterior y en la charla en el boliche de la esquina del cine.
Para los directores Stoll y Rebella, quienes habían exhibido un talento cierto en 25 watts, se trataba sin duda de un desafío mayor: aquí se alejaron del mundo juvenil que reflejaran en ese valioso antecedente en el que había un componente autobiográfico muy nítido, para internarse en cambio en los fracasos y las soledades de una generación que no era la suya sino en todo caso la de sus padres. Lo hicieron con una puntería y una sutileza de observación que confirmaba a un par de cineastas de excepción (incidentalmente: la precoz muerte de Rebella ha sido, además de una estremecedora desgracia personal, una calamidad para el cine nacional).
Pese a la diferencia generacional entre los personajes, hay rasgos de estilo y punto de vista que vinculan a Whisky con 25 watts. En ambos casos se trata de “historias mínimas” en las que aparentemente pasa poco o nada, en ambos casos el desarrollo de la anécdota opera en base a la reiteración de situaciones, de rituales que los personajes parecen cumplir de manera casi mecánica, en ambos casos una dosis de humor melancólico corre por la entrelínea del asunto.
Diálogos triviales, largos silencios, pequeños gestos reveladores: con esos elementos está tejida la sutil trama de Whisky. El personaje de Pazos sale todos los días de su apartamento, desayuna en el bar de la esquina, intercambia un par de palabras con el quiosquero, abre el candado de la puerta de la fábrica junto a la cual ya lo espera la fiel capataza. La idea de un mundo trabado y sin salidas se reitera en el tubo-lux al que hay que pegarle para que encienda, la persiana que no sube, el auto que demora en arrancar. De ese y otros momentos que revelan un infinito cuidado por el detalle (los pares de medias intercambiados por los dos hermanos en el aeropuerto es otra muestra) está hecha toda la película.
Una deliberada opción estética es la inmovilidad de la cámara, que no sigue a los personajes, sino que procede como si los contemplara sin intervenir. Otra es el sistemático empleo de la elipsis, que deja en la ambigüedad varios comportamientos: sin ir más lejos nunca se sabrá que pasó en el cuarto del hotel entre Pascual y Bolani.
Hay dos cartas que Stoll y Rebella juegan con particular habilidad. Una de ellas es la dirección artística, a cargo del también colibretista Gonzalo Delgado, cuya doble función debe agradecerse. Los personajes aparecen consistentemente pensados, al mismo tiempo, desde su comportamiento y desde su entorno: ver, por ejemplo, la primera inclusión de Pascual en el departamento de Pazos. Allí el desorden reinante, las marcas en la pared de los cuadros removidos, la silla de ruedas y el tubo de oxígeno que retienen todavía la presencia de la madre muerta un año atrás, definen al personaje con más claridad que el económico diálogo.
La otra carta es el elenco, al que prácticamente se le exigió “no actuar”, lo cual no suele ser fácil cuando se maneja gente que proviene del teatro. Una parte del humor desencantado de Whisky (que ha hecho pensar en el cine del finlandés Kaurismaki) proviene justamente de la casi inexpresividad con que los intérpretes se desempeñan: la procesión va por dentro, sugiere una película que sin embargo marca una evolución hasta de apariencia física en el personaje de Pascual, y obliga a Bolani a jugar en la frontera entre el seductor y el chanta.
Stoll y Rebella tienen la inteligencia de confiar en que su público es igualmente inteligente,
y el catálogo de méritos puede extenderse hasta la cuidadosa fotografía de Bárbara Álvarez y una banda sonora que omite la obviedad del tango. A veinte años de su estreno, Whisky sigue siendo la mejor película de la historia del cine uruguayo.
Funciones en 35mm todos los miércoles entre el 28 de agosto y el 25 de septiembre de 2024.