Lección de vida (****)

31 de julio del 2024

DERSU UZALA (Dersu Uzalá). — Unión Soviética 1975. Director. Akira Kurosawa. Libreto de Yurii Nagibin y Akira Kurosawa. basado en los libros “ Por el territorio de Ussuri" y “Dersu Uzala" de Vladimir K. Arsenyev. Fotografía (Sovcolor, Cinemascope). Asakazu Nakal, Yuri Guntman y Fyodor Dobronbarov. Música, Isaak Shvarts. Escenografía. Yurii Raksha. Sonido. G. Durkova. Producción Mosfilm (URSS) / Atelier 41 (Japón). Elenco: Murii Solomin (Vladimir Arsenyev). Maksim Munzuk (Dersu Uzalá), V. Kremena (Turtigin), A. Piatkov (Olentev), S. Daniilchenko (Anna), S. Chokmorov (Chan Bao).

Duración: 145 minutos. (Cine Central. 1/10/1977)

Como en los relatos de aventuras, en Dersu Uzala los protagonistas enfrentan vastas regiones desconocidas y regresan de ellas aunque con una enseñanza infrecuente: la convivencia con la naturaleza genera la respetuosa sabiduría y la convicción de que hay leyes que el hombre no debiera violar. Esa conclusión suele ser ajena a los relatos de aventuras. Pero también los protagonistas son poco frecuentes: un explorador que se propone relevar la taigá en la frontera de Rusia con China a principios de siglo, un viejo cazador que vive en el bosque y que sería incapaz de sobrevivir en la civilización. La historia se apoya en varios relatos de Vladimir Argeniev, él mismo soldado del ejército zarista y topógrafo, que conoció al cazador Dersu Uzala a principios de siglo, aprendió con él y decidió registrar en dos libros esas enseñanzas, que, por otra parte, son muy simples. El hombre debe convivir y aprender de la naturaleza el sereno equilibrio que las sociedades civilizadas suelen postergar a cambio de otras urgencias y rivalidades. Lo que Arseniev dice en el libro es bastante claro y didáctico (largos trechos de esa prosa directa están leídos con esmero desde la banda sonora). Lo que el director Akira Kurosawa hace en cambio con ese material es bastante más creativo: convierte a la taigá en el verdadero protagonista de la historia, coloca allí a la aventura humana como el dato inesperado que ocasionalmente desequilibra el orden natural, pero se cuida de ocultar todo énfasis a esa idea. La primera aparición del cazador y el posterior encuentro con un viejo chino ermitaño, son dos secuencias rodeadas de un misterioso aire sobrenatural, con la banda sonora en silencio, una disposición geométrica de los personajes, la lentitud de movimientos, como si el hechizo de la naturaleza no se quebrara con la revelación. Para el espectador distraído, esas secuencias (y casi todo el film) postergan la información sobre la posible historia de aventuras. Esa trama es muy simple y lineal, está dividida en dos tiempos y describe cómo Arseniev conoce a Dersu, cómo toma sus servicios de guía, cómo se separa y se reencuentra años después con el viejo amigo, cómo finalmente lo lleva consigo a la ciudad donde muere. Como el pausado tránsito de las estaciones, como la serena placidez de la estepa, se consume la vida de Dersu, sin sobresaltos, con la constatación apenas de su vejez. La vida y la muerte son parte de esas leyes naturales que Arseniev aprende de su maestro, el cazador Dersu. Y ese es para el caso el sentido del film, una idea que no suele asomar en los relatos convencionales de aventuras. Parte de esa filosofía está dicha en palabras: el. respeto de Dersu por el sol, su admisión de fuerzas poderosas que residen en la naturaleza, su familiaridad con el tigre, con las plantas, su solidaridad por el posible viajero desconocido que pueda pasar más tarde por el mismo lugar y para quien es importante la comida, el refugio, el dato o la advertencia. Otra parte, la que hace que el film trepe a alturas mayores de poesía y reflexión, está contenida en las imágenes y en el ritmo majestuoso con que Kurosawa desliza una trama tan simple. En esas imágenes se reflejan al mismo tiempo el sol y la luna, en una toma que parece una hilera de puntos suspensivos y que cierra uno de los capítulos. Pero sobre todo registran los vastos espacios, una tempestad sobre un lago helado, el fuego, un tigre que transita entre la vegetación. Las imágenes parecen ordenarse con la simplicidad de la misma naturaleza. Son tomas generalmente largas, con pocos cortes, sin desplazamientos ostensibles de la cámara. El film detiene al espectador pausadamente frente a un fogón que ilumina la noche, y coloca a ambos costados dos grupos humanos (los soldados, Arseniev y Dersu) como indicando rangos jerárquicos, mientras la banda sonora se tiñe con la melancolía de una canción. La lucha contra las aguas de un río está resuelta con tomas que se cortan sobre movimiento y se inician sobre una acción que cumplen los personajes; el efecto es dinámico, pero observada con atención la secuencia es tan simple, directa y poco elaborada como el resto del film. Así, la construcción de un refugio improvisado contra una tormenta (Dersu y Arseniev, solos, sobre el lago helado) está narrada con una economía expresiva que no requiere casi subrayados: la secuencia de personajes buscando un pasaje entre los hielos, Dersu encorvado es comparado por la cámara con un castor, se advierte por los gestos de los personajes, distantes de la cámara, que el cazador presiente un peligro y la tempestad estalla como una fuerza natural. Con la misma simplicidad con que Dersu comunica süs conocimientos y su visión de la naturaleza al capitán del ejército zarista, el film comunica al espectador su visión del mundo, la silenciosa sabiduría de un orden sobresaltado por la presencia del hombre. Esa adecuación de los medios utilizados con el sigiloso proceso poético, es quizás la mejor demostración de la sabiduría del director Akira Kurosawa. La explicación es que el tema no está en la trama de aventuras (en definitiva importa poco que Arseniev cumpla o deje de cumplir sus cometidos científicos), sino en la sustancia humana con que se enlazan los estallidos de humor o agradecimiento o compañerismo, esa amistad que une al hombre civilizado con el cazador solitario. La amistad ocupa algunas líneas de la banda sonora pero está mostrada y no hablada, a diferencia de la zona más obvia de la trama que se describe en palabras para espectadores distraídos. Apoyándose en el tema de la amistad el film elabora sus otras reflexiones sobre la naturaleza y sobre el hombre, con un epílogo que aspira a completar esa reflexión y es apenas una insistencia en lo obvio: en la ciudad civilizada las leyes que Dersu aprendió en la taigá no sirven, los hombres en última instancia terminan por matar al viejo cazador, el hombre (como alguien dijo) es el lobo del hombre. Empero con esa insistencia banal en lo obvio, pasa lo que con otras debilidades del film: la fuerza poemática del conjunto es un símil estilístico que Kurosawa identifica con la vida y el paso del tiempo. En ese contexto los datos de anécdota no importan. Como otros maestros al aproximarse a la senectud, Kurosawa es capaz de la contemplación desapasionada y serena de la mera peripecia. En ese sentido su film es de una admirable lucidez y tiene los rasgos de una experiencia vital aprendida. En cierto sentido la enseñanza que trasmite es también la del propio Kurosawa contemplando la vida pasada, con la mirada serena de los años (un poco la serenidad a que han arribado Buñuel o Renoir o la que había mostrado John Ford en los últimos quince años de su carrera). Curiosamente éste es el primer film del director fuera de su país. Sin samurai, sin sus urgidas visiones críticas de la sociedad, Kurosawa se interna en la inmensa taigá para mimetizarse con la naturaleza y desde allí contemplar a sus personajes, sin comprometerse realmente con ninguno de ellos. Algunos momentos son capaces de hacer saltar al espectador ante la admirable belleza con que el director muestra en una sola imagen la expectativa de Dersu y Arseniev ante un tigre que ronda, el paso del animal entre las ramas, la proximidad de unos y otros y el respeto (ni siquiera el temor) con que se pulsan. La idea surge fluida de esa secuencia e insiste en la idea de convivencia. El despertar bajo el refugio de cueros en la llanura helada del lago, con el sol incidiendo sobre el rostro de Arseniev, o el paso lento con que el chino ermitaño parte rumbo a las distantes montañas, o la vigilia de los exploradores en un refugio improvisado, tienen una presencia expresiva que apunta a la sensibilidad del espectador. Esa riqueza en parte conceptual, en parte, plástica, mantiene una correspondencia buscada con la banda sonora: largos silencios quebrados apenas por pasos, el soplo del viento, una frase breve que es como un sonido de la naturaleza, sirven para completar la imagen de aceptación simple de la naturaleza, un ámbito donde la amistad de los hombres es el único sentimiento posible.

M. Martínez Carril

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