Bergman está alegre (***)

31 de julio del 2024

LA FLAUTA MAGICA (Trollflojten). Suecia 1974. Director, Ingmar Bergman. Productor, Televisión TV 2. Libreto de Ingmar Bergman basado en la ópera de Mozart libretada por Schikaneder. Fotografía (Eastmancolor), Sven Nykvist.. Montaje, Slv Lundgren. Dirección artística, Henny Noremark. Dirección musical, Eric Ericson. Elenco: Josef Kostlinger (Tamino), Irma (Pamina), Hakan Hagegard (Papageno), Elisabeth Eriksson (Papagena), Ulrik Coid (Sarastro), Blrgit Nordin (Reina de la Noche), Ragnar Ulfung (Monostatos), Erik Saeden ( ), Britt-Marie Aruhn, Bírgitta Smiding y Kirsten Vaupel (Damas), Gosta Prüzelius y Ulf Johanson (sacerdotes), Urban Malmberg, Ansgar Krook y Erland Von Heljne (muchachos), Hnas Johansson y Jerker Arvidsson (soldados).

Duración: 135 minutos. (Cine Plaza. 18/10/1977).

Esta es la versión de una ópera de Mozart y al mismo tiempo una prueba de respeto por el autor, un documento distanciado de su representación, un punto de vista personal que módica los sentidos profundos de la obra. Es también una transición en la carrera de Ingmar Bergman, que suele alternar teatro, ópera, ballet, cine, libretos y obras literarias, y que a veces descansa de sus búsquedas de Dios, sus aproximaciones a la muerte y otras torturas. Como Una lección de amor o Sonrisas de una noche de verano o Ni hablar de estas mujeres, que parecen una distensión entre films de densidad conceptual, La flauta mágica, ese leve cuento de hadas que Bergman elabora a partir de Mozart (música) y Emanuel Schikaneder, parece más un pasatiempo que un empeño creativo. Y sin embargo todo es brillante y admirable. Cuando Mozart terminó la partitura (1791) la ópera proponía un elogio de la masonería y añadía referencias sobre la razón y la luz. En torno de esa propuesta central la trama adquiría sentidos concretos: el joven Tamino va al rescate de la joven Pamina, prisionera del presunto malvado Sarastro. A la aventura lo impulsa la dolorida madre de la muchacha, la Reina de la Noche y en su viaje lo acompaña el simple Papageno hasta que tropieza con Papagena y se dedica a otra cosa. También Tamino tiene sus tropiezos: el más importante y previsible es que Sarastro no es malvado, que comparte una estrecha hermandad (masónica) y que la Noche (y su Reina) es mucho peor que la luz del día y la sabiduría. Estás tonterías fueron modificadas por Bergman en el film, donde la hermandad es una cofradía cristiana, y donde el amor es el único impulso que lleva adelante a los personajes. El perjuicio es menor y no afecta a Mozart aunque quizás a su libretista Schikaneder. La otra modificación intencional consistió en utilizar una traducción al sueco de la letra para facilitar la comprensión de los espectadores y en añadir por su cuenta una docena de ideas brillantes que mejoran al original del siglo XVIII: los pasajes más cursis colocan a los actores de frente a la cámara para que el espectador lea alevosos carteles dondé se reproduce el texto que cantan, como para que nadie se fije demasiado en los contenidos. Un strlptease Papageno-Papagena no estaba previsto por Mozart, pero Bergman lo utiliza para infundir humor y sensualidad bonachona a un dúo brillante musicalmente pero muy tonto dramáticamente. Lo que el director inventa con la superficialidad y la cursilería es admirable: aceptando los movimientos rítmicos de la partitura hace que sus personajes ensayen pequeños movimientos de baile, para volver tenebrosa a su Reina de la Noche aplasta la cámara contra la piel del personaje y subraya los surcos y arrugas del rostro, para burlarse de las pruebas por las que atraviesa el protagonista imagina detalles de gestos y desplazamientos burlones. Pero para que nadie se tome en serio al asunto hace algo peor (o mejor): al comienza muestra el teatro donde se representará La flauta mágica de Mozart, la platea, el escenario, rostros y en particular una sonriente y comunicativa niña rubia. A lo largo del film ese rostro rublo comentará las situaciones, padecerá o sonreirá beatíficamente, con el efecto de que ese distanciamiento saca al espectador de la ficción. El entreacto muestra a los actores jugando a las cartas, otros avizorando por la mira del telón, porque aquí se está representando.

La gracia consiste en que Bergman vuelve razonablemente creíbles varias escenas al tiempo que rompe la comunicación de otras. Esa zona intermedia, entre la ficción realista y el cuento de hadas, admite variantes, con cartelones, ingenuas escenografías, que bajan desde el techo, pintorescos disfraces de animales animados por actores y encantadoras supercherías que producen un efecto muy particular: siempre obtiene la constancia de asistir a una representación, pero los brillos de la puesta en escena se descubren al espectador o se ocultan, la trama es comentada por la sonriente niña rubia, los personajes, que pueden ser un símbolo, parecen extraídos de una vieja comedia musical de Víctor Fleming y pierden peso conceptual. Queda, en parte, un film menor, pero más que eso, una constancia del placer personal de Bergman ante el acto de magia de representar la ópera de Mozart y dejar su música y la forma lírica en la banda sonora. Es, claramente, un espectáculo.

M. Martínez Carril

Volver a las noticias