Todo comienza con un libro al que una mano le pone un sello para préstamo en alguna biblioteca próxima de la casa en la que vivieron los que supieron separarse, nunca divorciarse. Aún ama a los hijos y a la que es madre de a ratos. Lo explica un excéntrico con el nombre de Gene Hackman, frente a sus tres hijos, y la banda de sonido una vez que comienza lo hace cada vez mejor, combina las canciones no contentas que hacen las escenas menos felices, un poco más tristes.

En la casa en la que se crían no les falta nada, no hay nada excéntrico en la crianza de esos tres que iban a estar alright, hayan perdido un dedo, ganado un torneo de tenis con vincha incluida y vestido de la marca que usaba Boris Becker. Es un paseo en taxis blancos y autobuses amarillos. El arte de Anderson es dirigir películas de la infancia que tuviste y en lo que más tarde te convertiste. Danny Glover no pudo haber imaginado estos personajes: uno vive con la tía, cruza con su cepillo de dientes en el bolsillo del blazer de un colegio privado, golpea la puerta que abre un mayordomo escapado de un libro Kureishi, usa pantalones rosados en el cumple de la niña que se va de su festejo de cumpleaños.

Si no me creen una palabra de lo que digo, pueden venir a contradecir eso, y disfrutar de la función en el último sábado del corriente mes. Sucede gracias al día que se unieron The Apartment Station con Cinemateca, para un disfrute en el que pop no hay, pero sí se sirve gin tonic invitación de Capicúa y giran discos desde las 23 horas justo antes de ingresar a un excéntrico trasnoche.

Texto: Felipe Reyes