Welles más allá de Kane

Las encuestas entre especialistas internacionales siguen colocando a El ciudadano en los primeros lugares (y a veces a la cabeza) entre las mejores películas de la historia: en la que cada diez años realiza la revista británica Sight & Sound descendió en 2012 al segundo puesto, desplazada discutiblemente por Vértigo de Hitchcock, pero sigue siendo sin duda una posición privilegiada.
Si se cree en la autobiografía que le contó al mundo, y que probablemente haya que retocar, Welles hablaba a los dos años como un adulto, a los cinco citaba a Shakespeare y había escrito ya algunas piezas dramáticas y a los once escribió un penetrante estudio de Así hablaba Zaratustra de Nietszche. Es verdad que Welles, nacido en Kenosha, Wisconsin, hijo de un hotelero e inventor extravagante y una pianista y campeona de tiro, fue un niño erudito en las más variadas disciplinas (aunque muchas cosas que contó después sobre su infancia hay que tomarlas con un grano de sal: fue también un colosal mentiroso) y desde muy joven se destacó como intérprete y director teatral, y como imaginativo provocador que sembró el pánico entre los escuchas de su radioteatro inspirado en La guerra de los mundos de H. G. Wells en 1938.

Ya en su juventud, en los Estados Unidos, en los años treinta fundó sucesivamente los grupos Phoenix Theatre, Federal Theatre (subsidiado por la administración Roosevelt) y Mercury Theatre. Como director teatral realizó algunos audaces experimentos escénicos, como un Macbeth interpretado por actores negros y un Julio César de marcado corte antifascista donde el protagonista era fácilmente reconocible como Mussolini.

Pero nada de eso es comparable a la controversia que generó la filmación de El ciudadano, y la trascendente obra artística que provocó deslumbramientos y exégesis desde su estreno. Welles bromearía más adelante diciendo que había empezado en la cima y que no había dejado de descender desde entonces, una afirmación que tiene que ver con sus frecuente peleas con productores que mutilaban sus películas y su necesidad de actuar en proyectos muy menores para sobrevivir. Este breve ciclo omite deliberadamente El ciudadano pero incluye cuatro películas que muestran que el “descenso” de Welles rebosaba talento.

Soberbia

DIR: Orson Welles / 88 min.

Estados Unidos 1942.

La Dama de Shanghai

DIR: Orson Welles / 87 min.

Estados Unidos 1947.

Sed de mal

DIR: Orson Welles / 108 min.

Estados Unidos 1958.

El Proceso

DIR: Orson Welles / 118 min.

Francia, Italia, Alemania 1962.

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