Francia, Italia, Alemania, 1962
Dirección: Orson Welles
Guión: Orson Welles, sobre novela de Franz Kafka. Fotografía: Edmond Sechan, Música: Jean Ledrut. Elenco: Anthony Perkins, Romy Schneider, Jeanne Moreau, Orson Welles, Elsa Martinelli, Akim Tamiroff, Suzanne Flon, Madeleine Robinso.
Duración: 118 minutos
Existen pocos estilos en principio tan diferentes entre sí que los de Franz Kafka y Orson Welles. Lo del escritor es el ascetismo, la austeridad, la concentración en su asunto y la negativa al fácil brillo. Lo del cineasta es la exuberancia, el barroquismo, el lucimiento de una cámara que permanentemente llama la atención sobre sí misma, la demostración de “ven lo genial que soy” (y a veces lo es, de veras). Y en el cado especifico de llevar El proceso al cine, había todavía otros contrastes. En Kafka, la tragedia de ese Josef K acusado de un delito que nunca se precisa, y enfrentado a una burocracia incomprensible, era una tragedia metafísica, la del hombre señalado por el dedo de un Dios ignoto y terrible que elige sus víctimas sin que se sepa por qué. En Welles, Josef K es la víctima de un poder totalitario que persigue a sus ciudadanos y no da explicaciones.
La historia sigue siendo básicamente la misma (habría que ver la película y le el libro al mismo tiempo para marcar similitudes y diferencias). El empleado Josef K busca una respuesta a lo que le está ocurriendo envolviéndose en un universo laberíntico, claustrofóbico, oscuro y Welles aplica un tratamiento expresionista, barroco, recargando la sensación de lo inexplicable, de la invencible densidad que rodea al protagonista de esta fábula sobre la injusticia, la culpabilidad y la inocencia, el poder, el prejuzgamiento de la colectividad sobre el individuo. El fotógrafo Edmond Sechan realiza prodigios con su cámara para crear un clima inquietante en torno a las ruinas de la clausurada estación de trenes parisina Gare d’Orsay, que se utilizó como decorado principal (otras escenas se rodaron en Zagreb y Roma), y el clima expresionista y onírico remite por momentos a otros ejercicios wellesianos, desde El ciudadano a Mr. Arkadin y Sed de mal (y al final de El tercer hombre de Carol Reed, que Welles jura no haber dirigido, pero vaya uno a saber).
No deja de resultar intrigante, o por lo menos llamativa, la elección de Anthony Perkins para encarnar a Josef K. El actor venia de ser Norman Bates en Psicosis de Hitchcock, y no se puede ignorar que El proceso es, entre otras cosas –como muchas historias de Hitchcock–, un asunto de “falso culpable”. En otro momento habría que explorar con más amplitud los paralelismos entre muchas cosas de Hitchcock y de Welles, dos creadores que se vigilaban de cerca, aunque nunca o casi nunca hablaron el uno del otro: una similar vocación por las tomas largas (Soberbia, Sed de mal, contra La soga o Bajo el signo de capricornio), similitud de las escenas finales de El extraño y Vértigo o Janet Leigh en peligro en un motel, con un loco cerca, en Sed de mal y Psicosis.
Welles se reservó para sí mismo un papel de abogado detestable en El proceso, pero no es el único punto alto del elenco. Siempre es un placer reencontrar a la magnífica Romy Schneider, a la no menos magnifica Jeanne Moreau, al habitual cómplice de Welles, Akim Tamiroff y hasta a la hermosa Elsa Martinelli, aunque sea no más porque es hermosa. La revisión de la película puede servir además como otro desmentido a la habitual tontería de una parte de la crítica estadounidense, que cree que Welles fue importante en El ciudadano, en Soberbia y en Sed de mal, y que luego se fue a Europa a perder el tiempo. Sus pérdidas de tiempo incluyen por lo menos El proceso, Campanadas a medianoche, Historia inmortal y la estupenda y por lo general ignorada F de fraude (aunque haya que reconocer que también Welles fue actor de voz para un dibujo animado de los Transformers).
No son las dos únicas grandes novelas publicadas en 1925, pero, sin lugar a dudas son las más importantes.
Se ha dicho que es difícil que un gran libro sea llevado exitosamente a la pantalla y también al revés: que las grandes películas están a menudo basadas en novelas mediocres. Estas dos adaptaciones, tienen, sin embargo, mérito suficiente para sostener con honores una revisión en los cien a...