Cien años de Sergei Paradjanov

El 9 de enero de este año se cumplió el centenario del nacimiento de Sergei Paradjanov, uno de los directores de cine más aclamados de la Unión Soviética y una prominente figura de la historia del cine. Nacido en Tiflis (actualmente Tbilisi), en la URSS, con el nombre de Sarkis Paradjanian, Paradjanov era hijo de un matrimonio armenio. Fue un artista, y su afán de expresarse no se limitó solamente a la pantalla. Fue muy franco en sus críticas a las autoridades soviéticas, alternativamente de manera explícita o sutil, y eso le valió persecuciones y censuras.
Paradjanov perteneció a la generación de cineastas soviéticos del “deshielo”, la moderadísima apertura que se produjo en la Unión Soviética tras la muerte de Stalin. Es, por lo tanto, coetáneo o casi de otros cineastas como Grigori Chujrai, Mikhail Kalatozov o Sergei Bondarchuk. Su primera película verdaderamente célebre y vanguardista apareció promediada ya su filmografía y fue variablemente titulada Los caballos de fuego o La sombra de los antepasados olvidados (1965). Cuenta la historia de un hombre perseguido por la obsesión de la muerte de su amada. La peculiaridad consistía en la cantidad de técnicas modernistas empleadas: el uso incesante de la cámara en mano, los larguísimos planos en movimiento a lo largo de los paisajes, las tomas estático-rituales, primorosamente compuestas, alternando con imágenes fuertemente subjetivas, incluso surrealistas. Rapsodia carpática sobre aldeanos del siglo XIX, cuyas historias son reforzadas con baladas de la época, el conjunto ofrece una impresión de caos formalizado y tremendamente imaginativo.
Después de trabajar en Ucrania, Paradjanov fue transferido a los estudios de Armenia, donde filmó El color de la granada (1969), que el historiador del cine David Bordwell ha llamado “el film más experimental realizado en la URSS desde los años veinte”. Luego se encontró en un período de “inactividad forzosa” provocado por las usuales oscuras acusaciones de desviaciones ideológicas, morales o ambas. Afirmando que Paradjanov promovía la homosexualidad, ese pecado burgués, el gobierno soviético lo arrestó en 1973 y lo sentenció a cinco años en un campo de trabajos forzados. Fue liberado cuatro años más tarde, en gran parte debido al esfuerzo del artista surrealista y comunista francés Louis Aragon. Durante muchos años se le prohibió realizar películas, pero cuando se le permitió hacerlo ensayó nuevamente los métodos constructivos y poéticos de El color de la granada en La leyenda de la fortaleza de Suram (1983), que destacó por su riqueza compositiva, su estilizada simplicidad y su textura brillantemente surrealista, en torno a una historia casi inescrutable llena de referencias en clave a la cultura georgiana.
Antes de su muerte en 1990, Paradjanov realizó Ashib Kerib (1989), una adaptación literaria transformada por su tratamiento ritual de leyendas georgianas y costumbres étnicas. El relato folclórico se subdivide en viñetas o episodios, resueltos a la manera típica de tableaux vivants colmados de imágenes suntuosas y simbólicas que se acompañan de canciones y poemas.
En 1995, Ron y Dorotea Holloway publicaron una larga entrevista con Paradjanov, que sirvió de base para el documental Paradjanov: un réquiem. Allí el cineasta contó parte de su historia: “Mi film de graduación fue un corto para niños titulado Cuento de hadas moldavo (1951), y luego de que mi maestro Alexander Dovzhenko lo vio, reclamó verlo por segunda vez, lo cual ocurría por primera vez en la historia de la Escuela de Cine de Moscú. Rostoslav Yurenev, que luego sería un importante crítico de arte, señaló que yo había copiado la épica monumental de Dovzhenko en Zvenigorá, pero después pudieron comprobar que yo no había visto esa película de Dovzhenko, simplemente me estaba preparando para lo que sería mi estilo de expresión en el cine”.
También pudo decir: “Realicé ocho films en Ucrania y en el noveno, La sombra de los antepasados olvidados, fue donde encontré definitivamente mi tema y mi área de interés: los problemas de las personas enfrentadas con el pasado, con su idea de pertenencia a una raza y nación, con sus conceptos sobre Dios, sobre el amor y la tragedia. Me gusta mucho El color de la granada porque no ganó ni un solo premio en ninguna parte, y además, por las difíciles condiciones técnicas en que tuve que realizarlo. Y como no tenía nada de nada, resultó que en pantalla apareció el entorno primitivo y realista de una aldea esteparia promedio. Resultó como un cuento de hadas modelado desde una situación realista, y el resultado fue hiperrealista. El film resulta como un joyero persa, cuya belleza exterior deslumbra y, cuando lo abres, descubres una belleza incluso superior a la del exterior”.
“La naturaleza nos guía, y también nos regresa a su seno”, insistía Paradjanov. “Hay que adorar la naturaleza, su verdad, su ideal. Mis films tienen entre sí un solo factor común: una cierta similitud en el estilo. Nunca quise sentar cátedra ni convertirme en maestro de nada, pero quien trata de imitar mi cine se pierde. Yo sí he seguido las maneras que otros determinaron. Por ejemplo, Pasolini es como un dios para mí, un dios de la estética, un maestro del estilo, alguien que supo recrear la patología de toda una época y se superó a sí mismo en los films de época. La magia de Fellini siempre me cautivó, sobre todo su don para poner en escena lo fantástico en films como E la nave va o Casanova.
Este bloque recupera varios films mayores de Paradjanov, y el biopic El escándalo Paradjanov (2013), realizado por Serge Avedikian y Olea Fetisova.

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