Con la música a otra parte

Cuando se habla de “cine sin música” se alude habitualmente a la música extradiegética, es decir, la que proviene de una fuente extraña a la acción misma y no forma parte de ella, sino que sirve para apoyar algún aspecto de la historia y/o las emociones que la película pretende comunicar. Por el contrario, se habla de música diegética (la palabra diégesis proviene del griego, y se refiere al mundo en el que ocurren los acontecimientos narrados) para referirse a la que pertenece al propio mundo del relato. Si alguien toca un instrumento y canta, o se ve y se oye un coro en la película, o alguien enciende una radio y se escucha una canción, estamos ante música diegética.
Este ciclo se ocupa empero de las películas que carecen de música extradiegética, que es a la que habitualmente nos referimos cuando hablamos de “la música de una película”, es decir, la de la mayor parte de las películas. De no ser por ella no serían famosos los grandes músicos del cine, de Sergei Prokofiev a Alfred Newman, de Max Steiner a Victor Young, de Erich Wolfgang Korngold a Franz Waxman, de Miklos Rosza a Dimitri Tiomkin, de Jerome Moross a Henry Mancini, de Joseph Kosma a Ennio Morricone, y un largo etcétera.
Hay una polémica que nunca ha sido demasiado popular (de hecho es una tontería) acerca de la “deshonestidad” de la música extradiegética. Se la ha acusado de ser un elemento manipulador, que conduce al espectador hacia un tipo de emoción que no necesariamente surge de la propia acción fílmica. Ese dato omite el más importante de que todo recurso artístico es manipulador, que el artista es el manipulador por excelencia, y que tiene todo el derecho del mundo a apelar a los recursos que le parecen adecuados para obtener el resultado que se propone. Es falso que el cine sea “la verdad a 24 cuadros por segundo” (o la cantidad de cuadros que sean ahora). Lo cierto es que es “la mentira a tantos cuadros”, y el mejor mentiroso es el mejor artista: el que a través de la mentira del arte es capaz de alcanzar alguna verdad.
De ahí que cuando este ciclo se presenta como de “películas sin música” se trata de películas sin música extradiegética (y de hecho alguna de ellas, por lo menos, como M de Fritz Lang, hace un uso magistral de la otra). En todo caso es una prueba de que no siempre la música es necesaria en el cine, aunque no sea cierto que es la abominación que los dogmáticos del (¿ya olvidado?) Dogma danés se empeñan en afirmar.

El vampiro negro

DIR: Fritz Lang / 110 min.

Alemania 1931.

Luz de invierno

DIR: Ingmar Bergman / 81 min.

Suecia 1962.

Los pájaros

DIR: Alfred Hitchcock / 119 min.

Estados Unidos 1963.

Poder que mata

DIR: Sidney Lumet / 121 min.

Estados Unidos 1976.

La celebración

DIR: Thomas Vinterberg / 105 min.

Dinamarca 1998.

La cinta blanca

DIR: Michael Haneke / 145 min.

Austria 2009.

Érase una vez en Anatolia

DIR: Nuri Bilge Ceylan / 157 min.

Turquía 2011.

Más allá de las colinas

DIR: Cristian Mungiu / 150 min.

Rumania 2012.

El desconocido del lago

DIR: Alain Guiraudie / 97 min.

Francia 2013.