El cine sueco no empezó con Ingmar Bergman ni terminó con él. Un rastreo de sus orígenes más remotos nos lleva hasta los comienzos mismos del cine mudo, y al encuentro con obras mayores de Victor Sjöstrom y Mauritz Stiller, que luego siguieron una carrera más breve en el Hollywood silente. Stiller murió pronto (y la principal herencia que dejó en los Estados Unidos fue su actriz Gustafson, qué pasó a llamarse Greta Garbo), pero Sjöstrom regresó a su país y continuó una carrera como actor que se extendió hasta Cuando huye el día de Bergman.
En los años treinta y hasta cuarenta Suecia dispuso de una industria pequeña pero creciente, capaz de producir un cine de buen nivel comercial aunque le faltó acaso el “gran nombre” capaz de producir un cine de alta gama. Quizás quien mejor ejemplifica ese período sea el honesto artesano Gustaf Molander, quien siguió trabajando hasta los años sesenta y cuya película arquetípica sea Intermezzo (1936), una historia que Hollywood repitió en 1939 llevándose (otra vez) a la actriz que la protagonizara y que hizo carrera en Estados Unidos e Italia, en este último país bajo las órdenes, sobre todo, de Roberto Rossellini: se llamaba Ingrid Bergman, y en su madurez llegó a trabajar con su tocayo famoso Ingmar (Sonata otoñal, 1978). El nombre que encabeza la lista de destaques en los cuarenta es fundamentalmente el del director Alf Sjöberg, responsable de cosas como El sádico (1944), La señorita Julia (1950), Barrabás (1953), Karin reina adolescente (1954), y El relámpago en los ojos (1956), quien experimentó con el lenguaje (pasado y presente que coexisten en un mismo plano en La señorita Julia), y contó a veces con la colaboración de un joven guionista que luego adquiriría fama propia: Ingmar Bergman.
Si fuera cierta la semi leyenda de que Bergman fue descubierto en el Uruguay a comienzos de la década del cincuenta, habría que añadir que ello ocurrió en el marco de una muestra de cine sueco en el Festival de Punta del Este en la que hubo otras películas y otros autores, algunos de ellos tan notorio como el Arne Mattson de Un solo verano de felicidad (1951), quien luego se hundiría en el más craso comercialismo. De todos modos, es cierto que ahí estaba Juventud, divino tesoro (1950), la novena película de Bergman y su primera obra maestra, que disparó la carrera más notable del cine de la segunda mitad del siglo XX.
En los años cincuenta y buena parte de los sesenta, la Suecia cinematográfica fue básicamente Bergman, aunque continuarán trabajando gente como Sjöberg o Molander y empezarán a llamar la atención un grupo de autores más jóvenes como Bo Widerberg, Lars Magnus Lindgren, el revoltoso Vilgot Sjöman, Jan Troell, la actriz convertida en directora Mai Zetterling y otros, a menudo parricidas, que buscaron romper con la sombra del Maestro.
Naturalmente, esa historia no ha terminado y esta muestra insiste con la idea. Está integrada por siete largometrajes recientes que dan cuenta de la vitalidad y diversidad de la cinematografía sueca contemporánea, incluyendo las más recientes creaciones de realizadores como Lasse Hallström y Erik Poppe.
DIR: Erik Poppe / 148 min.
Suecia, Noruega, Dinamarca 2021.
DIR: Thomas Jackson / 88 min.
Suecia 2022.
DIR: Eva Beling / 100 min.
Suecia 2022.
DIR: Sanna Lenken / 93 min.
Suecia 2022.
DIR: Björn Runge / 120 min.
Suecia 2022.
DIR: Lasse Hallström / 114 min.
Suecia 2022.
DIR: Hannes Holm / 104 min.
Suecia 2021.
No serán sólo funciones sorpresa: serán secretas. Desde el momento en que ingresen en la sala se establece un pacto que impide revelar el título del film que verán. Para los que vayan, ese misterio se resolverá in situ; para los que no, será un enigma eterno.
Lo único que les puedo garantizar es que valdrá la pena descubrir estos films si no los conocen o volver a verlos si ya los han visto.
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