John Ford había pasado diez años sin realizar un western (hizo muchos en el período mudo) cuando el productor Walter Wanger le ofreció el guión de La diligencia. Por alguna razón nunca debidamente aclarada, el resultado ha quedado en la historia del cine como un clásico del western. De hecho, es una película que subvierte casi todas las fórmulas del género. El principal interés dramático surge de las psicologías de los personajes y no de la acción física, reducida a un tiroteo de menos de diez minutos con los indios y un duelo final que la cámara omite.
Es simplemente una obra maestra del cine, que es otra cosa, una película que se las arregla para reunir a nueve personajes disímiles en un espacio restringido durante un viaje en diligencia (el propio vehículo, las posadas del camino) y construye, para por lo menos seis de ellos, un arco dramático según el cual el final de la película algo los ha cambiado, casi siempre para bien. Es típico de Ford que el único personaje al que no se le reconoce un solo valor positivo es el banquero ladrón (Berton Churchill) a quien además el libreto le adjudica el discurso del Partido Republicano contra el New Deal de Roosevelt. En el otro extremo, los tres personajes por los que se pide la mayor empatía del espectador son un fugitivo de la justicia (John Wayne), una prostituta de corazón de oro (Claire Trevor) y un médico alcohólico (Thomas Mitchell). Hasta el jugador tramposo (John Carradine), conserva, un tanto marchitos, ciertos rasgos de caballerosidad sureña; el vendedor de whisky (Donald Meek) es un miedoso simpático, y el comisario (George Brent) es un buen tipo.
Las simpatías de Ford están siempre del lado de los perdedores, los marginados, los pecadores, y en contra de los beatos y la “gente bien”. Y para varios de ellos el libreto reserva una de las preocupaciones centrales de la obra del católico Ford: la posibilidad de redención. (Hay una suerte de relectura del cuento Bola de sebo de Maupassant en la historia de Ernest Haycox que sirve de base al film).
Wanger quería para su película como protagonistas a Gary Cooper y Marlene Dietrich, pero el presupuesto se lo impidió. Para el papel de Ringo Kid, Ford tenía un protagonista cantado: “Tengo un amigo tan desesperado por un buen papel que trabajaría gratis”. En efecto, en los últimos nueve años John Wayne había protagonizado casi ochenta películas pero no era nadie. La serie de planos de acercamiento que marcan su aparición en La diligencia lo convirtieron en una estrella.
Si La diligencia marca varios comienzos, Un tiro en la noche es el final. Ford nos invita a un funeral,el de John Wayne. Al evento asiste un senador de los Estados Unidos (James Stewart), y los periodistas empiezan a hacer preguntas porque al muerto no lo conocía nadie (de hecho, murió convertido en el borracho del pueblo). En cambio, la carrera política de Stewart comenzó la noche en que mató en un duelo a Liberty Valance, el pistolero más temido de la comarca. Stewart contará a los periodistas lo que sucedió esa noche, que no es lo que todo el mundo cree, pero la verdad nunca será revelada. “Esto es el Oeste, señores. Cuando una historia se convierte en leyenda, impriman la leyenda”.
Creer que Clint Eastwood desmitificó el western en Los imperdonables es cosa de distraídos.
DIR: John Ford / 96 min.
Estados Unidos 1939.
DIR: John Ford / 123 min.
Estados Unidos 1962.