foto 2001, Odisea del Espacio

2001, Odisea del Espacio

2001: A Space Odyssey

Reino Unido, Estados Unidos, 1968

Dirección: Stanley Kubrick

Guión: Stanley Kubrick, Arthur C. Clarke, sobre historia de Arthur C. Clarke. Fotografía: Geoffrey Unsworth. Música: Richard Strauss, Johann Strauss, György Ligeti, Aram Khachaturyan. Producción: Metro-Goldwyn-Mayer/Stanley Kubrick Productions. Elenco: Keir Dullea, Gary Lockwood, William Sylvester, Daniel Richter, Leonard Rossiter, Margaret Tyzack, Robert Beatty.

Duración: 139 minutos

Hace cuatro millones de años, en alguna hostil zona del este de África, aparece un misterioso monolito que de alguna manera influye sobre el comportamiento de una de las tribus de homínidos que se disputan la limitada reserva de agua de la zona.

Súbitamente, algunos de ellos parecen dar el salto a la hominización: una mayor capacidad de respuesta, el uso de una herramienta (irónicamente un hueso empleado como un arma) que parece sugerir, como en otras películas de Stanley Kubrick, que la violencia es un componente casi ineludible de la condición humana.

Salto al futuro. Un científico (William Sylvester) viaja a la luna a investigar el hallazgo del mismo monolito u otro idéntico que ha sido descubierto durante una excavación lunar. El artefacto emite una señal que invita a ir más allá, a las profundidades del espacio. Ese incidente provoca las tercera y cuarta partes de la historia: un viaje a Júpiter de una nave cuya tripulación debe enfrentar a una computadora que se rebela, una incursión en un “más allá” donde las leyes conocidas de la ciencia parecen incumplirse.

El resultado es casi seguramente la mejor película de ciencia ficción de la historia del cine (solamente Solaris de Tarkovski y Blade Runner de Ridley Scott podrían acaso disputarle el puesto), y en todo un ejemplo de creación de un universo audiovisual de particular sugestión. El perfecto ensamblaje de imagen y sonido, la apelación a una riquísima banda sonora que va de los Strauss a Ligeti y Khachaturian y que a veces complementa y a veces contrasta con las imagen, constituyen una proeza mayor y un espectáculo envolvente, pero no agotan al film.

Esas herramientas están al servicio de algunas ideas que se han venido discutiendo desde hace cincuenta años. El propio coguionista Arthur Clarke, uno de cuyos cuentos cortos (El centinela) está en la base de la película pero que luego novelizó el guión para marcar algunas diferencias con la visión de Kubrick, objetó en algún momento la dimensión mística de la película, la fácil identificación del misterioso monolito con un Dios trascendente que (como en la evolución teísta de Teilhard de Chardin o algunas interpretaciones de la discutida teoría del Diseño Inteligente) orienta los destinos humanos. Clarke prefería una interpretación más científica, concediendo menos espacio a un eventual sentido religioso. En otro plano, imagen y sonido aportan algunas pistas que se abren a otros significados.

La deliberada utilización de la obertura de Así habló Zaratustra de Richard Strauss convoca inevitablemente la figura de Nietszche y su idea de que el hombre es una etapa de la evolución, no la culminación insuperable del proceso. Esa idea de que no somos tan importantes es muy kubrickiana, pero también conecta con un párrafo del Zaratustra nietszchiano que define al hombre como “la flecha tensa entre el animal y el superhombre”. Tal vez no sea casualidad que el astronauta encarnado por Keir Dullea se apellide Bowman (el Arquero): acaso el quien empuña el arma que va a disparar esa flecha. La película se cierra, enigmáticamente, sobre la imagen de ese bebé espacial que acaso sea el Superhombre del futuro.

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