Italia, Chile, Alemania, Estados Unidos, 2024
Dirección: Pablo Larraín
Guión: Steven Knight. Fotografía: Edward Lachman. Producción: The Apartment, Komplizen Film , Fabula , Fabula Pictures, Filmnation Entertainment. Elenco: Angelina Jolie, Pierfrancesco Favino, Alba Rohrwacher, Haluk Bilginer. 123 min.
Duración: 123 minutos
Esta película del chileno Larraín prolonga la línea de cine sobre mujeres icónicas del siglo XX que cultivara previamente en Jackie (sobre Jacqueline Bouvier Kennedy) y Spencer (sobre la princesa Diana de Gales), y parece a primera vista la mejor entrega de la serie.
Angelina Jolie interpreta a Callas en sus últimos años con una presencia etérea, captando el intenso dolor de la cantante que va perdiendo la voz. Al principio, Jolie, a través de la lente en blanco y negro Ed Lachman, mira directamente a la cámara mientras canta el “Ave María” del Otello de Verdi, tal vez como una pequeña oración a su pasado y como un ajuste de cuentas con su presente. La voz pertenece a Callas con toda seguridad (aunque se sabe que Larraín ha mezclado gotas de la voz de Jolie en algunas de las partes cantadas de su película). La labor de Jolie es sutil en esos significados, como es necesario cuando se encarna a Callas. La famosa soprano se desenvolvió sin esfuerzo en su registro y alcanzó algunas notas increíblemente altas: la música fluía de ella de manera simple y sedosa, un estilo artístico interiorizado y retratado con estilo por la actriz.
Jolie ofrece la mejor interpretación de su carrera al encarnar los altibajos de Callas durante sus últimos días, casi todos ellos sensiblemente imaginados por Larraín y el guionista Steven Knight. Deambula por su gran apartamento de París, un espacio elegante y expansivo de tonos góticos que la envuelve en un capullo de claustrofobia, busca la aceptación de su dedicado personal, en particular Bruna (Alba Rohrwacher) y Ferruccio (Pierfrancesco Favino), que aportan mucha calidez y humor a la película, se vuelve hacia su interior y tiene conversaciones consigo misma cuando toma un cóctel de medicamentos. En otros lugares, se defiende de la prensa entrometida y de los fanáticos privilegiados.
Mientras tanto, recuerda tanto el glamour como el dolor que sintió a lo largo de un pasado tormentoso, gratificante y a veces desgarrador, que finalmente la lanzó a un romance accidentado con el magnate greco-argentino Aristóteles Onassis (Haluk Bilginer). Larraín contrasta las escenas de París, llenas de hermosos colores y lugares, con los recuerdos en blanco y negro de María, no solo tratando de conocer a Callas, sino también con la esperanza de infundir en cualquiera que pudiera estar mirando el afecto que claramente siente por la diva. Y ese es quizás el mayor logro de la película: como la propia Callas pretendía hacer, lleva la ópera a las masas, no como un truco o un esfuerzo altruista, sino como un acto de generosidad y comprensión de que el arte pertenece a todos los que quieren apreciarlo. En eso, mientras Larraín entrelaza deliberadamente y con mucho cuidado arias en su narrativa (canciones completas en su mayoría, y no fragmentos frustrantemente cortados) y le ofrece una muestra de todo, desde Bellini hasta Puccini y Donizetti, el espectador siente que acompaña a la artista en su viaje.