foto Vidas pasadas

Vidas pasadas

Past Lives

Estados Unidos, Corea del Sur, 2023

Dirección: Celine Song

Guión: Celine Song. Fotografía: Shabier Kirchner. Música: Christopher Bear, Daniel Rossen. Producción: 2AM, A24, CJ Entertainment, Killer Films. Elenco; Greta Lee, Yoo Teo, John Magaro, Jonica T. Gibbs, Isaac Cole Powell

Duración: 106 minutos

Nora y Hae Sung, dos amigos de la infancia con una fuerte conexión, se separaron cuando la familia de Nora, que entonces tenía solo 10 años, emigró desde Corea del Sur a Canadá. Muchos años después, cuando Nora está estudiando teatro en Nueva York, vuelven a contactarse, y pasarán juntos una semana que les enfrentará al amor, al destino y a las elecciones que componen una vida. Vidas pasadas resulta una historia reflexiva, melancólica y delicada que cuenta, con una profundidad que cala hondo, los vínculos que a veces no se pueden describir tan fácilmente.
En este drama romántico, ópera prima de Celine Song, nos encontramos con una niña que pierde el contacto del amor de su infancia, al partir con su familia a Canadá para luego trasladarse a Nueva York. Allí, tras 12 años, vuelven a comunicarse de manera virtual. La película está dividida en 3 partes; la infancia de los protagonistas, un primer reencuentro al cabo de unos años y un encuentro final.
Seúl y Nueva York, se ven como ciudades grises. Ese tono degradado, sin apenas color se mantiene casi hasta los 20’ últimos minutos, acaso como manera de significar que la única diferencia de las vidas de ambos es el modo en que ellos las afrontan. Hae Sung, tiene una vida en Seúl dónde estudia para ser ingeniero, sale con sus amigos y vive con sus padres. Nora, que pasará de niña a Toronto y luego se establecerá en Nueva York, ha tenido otra cultura y es, en consecuencia, una mujer independiente que quiere ser escritora teatral. Esa diferencia de ambiciones ya separa la vida de los niños que fueron aunque ambos sienten algo muy especial entre ellos.
Y aquí es dónde arranca la parte romántica de la película, el concepto In-yun budista, que nos habla de que las personas están destinadas a encontrarse en sus reencarnaciones aunque no siempre en la misma forma y que hacen falta 800 encuentros para establecer una vida en común. En una conversación en un bar de copas, que sirve de inicio a la película antes de la elipsis que nos permite retroceder en el tiempo para contar la historia de nuestros protagonistas, ambos se sinceran sobre lo que sienten y cómo lo sienten en un ejercicio mágico y bucólico. Ahí hay magia y romanticismo y los personajes abren su corazón.
La directora nos regala una puesta en escena cuidada, prolija, manejando los tiempos propios del buen cine independiente para sumergirnos, de forma calma pero magnética a la vez, en un relato que gana puntos por su capacidad emotiva. En este aspecto, mucho tienen que ver los lugares en los que Song elige poner la cámara y las cualidades actorales de los tres intérpretes principales, que se brindan por completo con labores sentidas, centrándose en la fuerza de sus expresiones, de miradas que dicen todo.

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