LA B A N Q U E R A (La banqulere). Francia 1979. Director, Francis Glrod. Productor delegado, Ariel Zeitoun. Libreto de Francis Glrody Georges Conchon. Fotografía (FuJIeolor), Bernard Zitzermann. Montaje, Genevieve Windina, Escenografía, Jean-Jacques C azi oí. Vestuario, Jacques Fonteray. Música, Ennlo Morricone. Producción Partnér Production-FR 3-SFP. Elenco: Romy Schnelder (EmmaEckert), Marie-France Pisier (esposa del diputado), Noéile Chatelet, Daniel Mesguich (diputado), Jean Claude Brialy, Jean-Lóuis Trlntlgnant (Horace Vannister), Jacques Fabbri (ex-marido de Eckert), Claude Brasseur (juez), Jean Carmet (periodista), Daniel Autell.Tierry L’Hermlte, Arnaud Broisseau, Anne Jousset, Jean-Paul Muel, Frangols Régls Bastide, Claude Darget, Georges Conchon, Jean Gorlni, Philippe.
El film incurre en todas las trampas posibles: a) se apoya en un hecho real para modificarlo y volverlo irreconocible, b) asume la forma de un alegato para contrabandear conformismos usuales, c) reviste la historia de datos históricos y presuntos documentales de época para elaborar apenas una ficción, d) presume de audacias políticas para decir que no pasa nada, e) introduce atentados terroristas en la década del treinta porque están de moda, f) convierte a su mujer emancipaba y banquera (Rom y Schneider) en protagonista de una aventura, g) hace sentir al espectador en el medio del mundo de las altas finanzas, que es seguramente más confuso. Las trampas son lindas de ver, en parte porque la ambientación art nouveau, década del 30 y locura, más la agilidad narrativa, la estructura de relato policial con injerto de trámites judiciales y luchas por la legalidad y la justicia (esas grandes palabras con prestigio, claro) son muy vendibles, en parte porque el director Francis Girod utiliza a divos reconocibles (Schneider, Jean-Claude Brialy, Marie-France Pisier, Claude Brasseur) que tienen hinchada propia, en parte porque esta trama de hace cincuenta años está armada con suficiente astucia paraque el espectador distraído crea reconocer rasgos del presente en una evocación de época vestida con los esplendores que Hollywood concedió hace un lustro a la moda “retro".El resultado es un ejemplo de cine industrial a la europea, cargado de presuntos contenidos trascendentes, de indagaciones que eran serias en manos de Francesco Rosi, por ejemplo. Apunta a la boletería (actoresvendibles, hermosuras varias, cierta liberalidad sexual, actitud aparentemente lúcida) y no a la inteligencia o a la honestidad intelectual, y cuando se detiene a describir presuntas intrigas políticas con culpables a la izquierda y ministros venales practica la doble coartada de apuntar contra una tendencia opositora en tiempo presente y añadir la precisión de que esos acomodos más bien personales son una historia pintoresca que ubicada en aquellos años adquiere un imprevisto sabor de época.
Debe saberse que la historia real fue protagonizada por Marthe Hanau, que de sombrerera trepó a dueña de un imperio financiero y de ahí descendió a un proceso con incidentes escandalosos en el medio. Debe saberse también que el director Girod está a la altura de su cuarta película (las anteriores: Le trio infernal, René La Canne, L'etat sauvage) y que esa carrera no revela ninguna dedicación personal salvo la tendencia a basarse en historias reales para edificarle encima ficciones que semejan la realidad histórica al mismo tiempo que las falsea. Su otra tendencia es la del equilibrio entre las exigencias de la industria y el cuidado de las formas. A q u í reviste la trama de trajes, cortinados, autos viejos, hasta gestos y conductas de época, y corta esos lujos de decorado y vestuario con acciones veloces, imágenes de archivo, filmación actual en blanco y negro hasta cerrar el recorrido por un pasadoevasivo con el atentado contra Rom y Schneider, baleada en un acto público (en la realidad sé suicidó en la cárcel) como ha ocurrido en los últimos tiempos con gente más famosa e importante que una banquera que triunfó y cayó entre las dos guerras. Habría que reprocharle todavía la dilapidación de ese momento crucial en que las economías mundiales se tambalean, en que la crisis golpea a U SA, en que los triunfadores del pacto de Verdun impulsan sin advertirlo al surgiente nacional socialismo, ese huevo de serpiente incubado en los años treinta por los manejos financieros internacionales. Si no fuera suficiente la lista de trampas más visibles, el director incurre aún en ese olvido mayor cuando dice explorar un tema tan vecino, histórico y documentado. Se desconoce que haya hecho estudios superiores (presumiblemente porque fue aplazado en historia) y cualquiera puede imaginarlo como un moralista. Su moral empero consiste en no ver ni oír lo confuso, desagradable y agresivo de este mundo. A sí cualquiera vive feliz y contento y hace películas para Rom y Schneider.
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