Editorial

21 de noviembre del 2020

Y de pronto, realizar la 38º edición del Festival Cinematográfico Internacional del Uruguay en 2020 se transformó en una meta de fundamental importancia. El sector cultural, particularmente el de los espectáculos ha sido uno de los más afectados por la pandemia. Tradicionalmente precario, no solamente fue impactado por el cierre de salas sino por la modificación de los hábitos de quienes –por decirlo con una expresión horrible– “consumen cultura”. Para empeorar las cosas, no es un sector que sea percibido -vaya novedad- como prioritario y eso quedó más que claro en los protocolos sanitarios, cuyas restricciones resultan inexplicables en un marco general mucho más permisivo. Es difícil de entender por qué en una sala de espectáculos donde el público permanece sentado, callado y de tapabocas por 90 minutos se sigue manteniendo un aforo de apenas el 30% cuando es posible subirse a un ómnibus interdepartamental y viajar cinco o más horas junto a un desconocido (no así en el cine solo se permite ocupar butacas contiguas a los cohabitantes) en espacios mucho más reducidos (¿cuántos metros cúbicos tiene un ómnibus y cuántos una sala de cine?) y, en el caso del transporte, con un aforo superior al 100% (ya que se permite ocupar la totalidad de los asientos disponibles y acomodar hasta diez pasajeros parados). Y eso por dar solo un ejemplo de los muchos que existen. Basta visitar un bar una noche cualquiera. Sabemos que esto puede sonar insensible en un momento de rebrotes, pero justamente ese es el problema porque nuevamente será dilatada la modificación del aforo que debía haber sido revisado hace rato y se agravará todavía más la situación. Y es que si este virus no es ni político ni económico sino sanitario ¿por qué se sacrifica tan patentemente un sector por sobre los otros? Pero incluso suponiendo que, sanitariamente se decida priorizar un sector sobre otros para limitar la exposición es de una injusticia patente hacerlo sin tomar equivalentes medidas de protección que, en el caso del cine y tras ocho meses, se han limitado a exonerar los costos fijos de la energía eléctrica.


Así, la realidad es hoy la de una Cinemateca cuyos ingresos no cubren sus costos operativos, con el 50% de sus funcionarios en el seguro de paro, en un escenario de pérdida de público, incremento de costos y restricciones extremas de los aforos, además de un panorama de recortes de los apoyos públicos y privados.


Sin embargo, en Cinemateca hemos afrontado la reapertura con entusiasmo. Fuimos la primera sala en abrir –al punto que el 11 de agosto éramos la única sala de cine abierta en toda Latinoamérica– recurriendo, como siempre, al apoyo incondicional de los socios, apelando ¡incluso! hasta a sus amigos imaginarios. Y es con esa misma alegría afrontamos la realización de un nuevo festival, porque creemos que es nuestra obligación primordial mantener la Cinemateca abierta y seguir alentando el hábito de ver cine en el cine, mostrar que sigue habiendo películas relevantes para ver y que siempre la mejor de las opciones es verlo en una sala, rodeado de otros espectadores.


Así, venimos a ofrecerles un 2020 con un festival de 156 películas (83 largometrajes y 73 cortometrajes) de 54 países, con siete secciones competitivas, dos panorámicas, una sección temática de cine y música, otra de autores consagrados y exhibiciones especiales. Este año el festival agrega una sección de cine infantil, competitiva, con un jurado integrado por cinco niñas y niños de entre 11 y 13 años exhibidas en idioma original y subtituladas al castellano, porque además de querer que el cine se vea en el cine, queremos que se vea en idioma original desde lo más temprano que sea posible. ¿Causas perdidas? Tengan la certeza que todavía no, pero también la seguridad que hoy, quizás como nunca, todas las condiciones están dadas para que pronto lo sean. Salvo, claro, porque existen todos ustedes.

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