Los santos inocentes, la obra maestra del español Mario Camus, se exhibió en forma especial en Centrocine el 18 de julio de 1984, y tuvo estreno regular en Montevideo en diciembre del mismo año. Ya en ese momento pareció uno de los mejores ejemplos del cine de lo que ya no era la transición española, sino el definitivo retorno del país a la democracia. Camus era en ese momento un realizador de carrera estimable (La colmena, Los días del pasado, entre otras), integrante de esa generación de inconformistas salidos de la Escuela Oficial de Cinematografía, esa institución respaldada por el crítico y político José Mará García Escudero, probablemente el único funcionario franquista al que le interesaba el buen cine y que ejerció una suerte de control paternal sobre los jóvenes más o menos revoltosos llamados Carlos Saura, Basilio Martín Patino, José Luis Borau, Julio Diamante, Miguel Picazo y Manuel Summers, popularmente conocidos como “los chicos de García Escudero” (la calificación no cabe exactamente para Saura, algo mayor que los otros). Dicho sea de paso, García Escudero fue dos veces Director de Cinematografía y Teatro bajo el franquismo, y las dos veces terminó echado por demasiado benevolente (la primera vez había sido a comienzos de los cincuenta, cuando apoyó Surcos, una de las primeras películas de la época con cierta carga de crítica social que enojó a la derecha más conservadora).
A la altura de este film, Camus era un nombre consagrado, que un año antes había ganado en Berlín con La colmena, y obtuvo una mención especial en Cannes con Los santos inocentes. A cuarenta años de su estreno, su película sigue siendo una de las culminaciones del cine español.