La historia se centra en dos jóvenes mujeres que les ha tocado vivir en tiempos difíciles (¿acaso no lo son todos?). Siglo XVIII, en una mansión en las costas de Bretaña. Una de las dos mujeres tiene que hacer un retrato de la otra. El cuadro deber ser enviado al prometido de la joven para que otorgue su aprobación y poder casarse con ella. El problema es que la joven no quiere ser retratada. La pintora acepta la propuesta, pero deberá retratarla a escondidas, sin que pose para ella y haciéndose pasar por su ama de llaves.
Pronto, la atracción de la pintora por su modelo será muy fuerte y muy física: se fijará en los pequeños detalles, la posición de sus manos, sus gestos y la forma de su rostro para luego plasmarlo en la tela. Pausadamente, casi si notarlo, se irá formando entre ellas una historia de amor que funciona funciona gracias a la magnífica dirección de Sciamma. La cineasta propone una estilizada puesta en escena, con una excelente fotografía otoñal. Los cuerpos, las miradas, los gestos, son más importantes que las propias palabras. La mezcla de las montañas y el mar de la Bretaña son un personaje más.
Céline Sciamma cambia completamente de tono y de época en su cuarto largometraje. En su ópera prima Naissance des pieuvres empezaba a tratar el tema de la homosexualidad dentro de la adolescencia, luego con su segundo largometraje Tomboy trató los problemas de identidad de género de una niña que vivía en los suburbios de París. Finalmente, con su tercer largometraje La banda de las chicas se involucró en los procesos de libertad y de identidad racial de un grupo de chicas en otro barrio a las afueras de París. Lo que ha conseguido Sciamma con esta película es un logro al alcance de pocos directores de cine: convertir una historia concreta de amor romántico (entre dos mujeres) en una historia universal que se eleva sobre sus circunstancias particulares.
Lo hace además desde una perspectiva política militante, sugiriendo un protofeminismo no consciente de sí, deslizando guiños a sus películas anteriores, así como mirando de frente a dos films contemporáneos como Carol (Todd Haynes) y Llámame por tu nombre (Luca Guadanino), con los cuales hay más de un punto de contacto. Ese andamiaje de referencias perfectas y espléndidas se sostiene fundamentalmente en sus personajes femeninos (apenas aparece algún hombre durante unos segundos en sus dos horas de metraje) y apoyándose en las notables interpretaciones de Noémie Merlant y Adèle Haenel.