Tarantino ha anunciado su intención de retirarse del cine luego de hacer su película número diez. Puede ser cierto o no. Acaso sea simplemente una respuesta íntima a la sensación de que a la altura de la octava (Los ocho más odiados) mostraba ya claros rasgos de agotamiento y desubicación. Al punto de redondear la única película indefendible de su carrera (al menos entre las “importantes”: olvidemos su aporte en Cuatro habitaciones, o su episodio A prueba de muerte, que son poco más que juguetes de un niño caprichoso).

Sea como sea, Tarantino ha querido que su película número nueve figure entre las “importantes”, aunque ello, como él mismo debe saber, siempre le resulta un peligro. A pesar de su acreditado talento como cineasta, el realizador nunca se ha librado del todo de la acusación de ser una especie de niño grande que juega con convenciones y lugares comunes del cine. De decorar esas fuentes de inspiración con despliegues de violencia que proceden más de los dibujos animados del Coyote y el Correcaminos o de los que ven por televisión Bart y Lisa Simpson, que del mundo real. En un momento en que casi nadie hace nada personal, lo de Tarantino tiene un sello propio, y eso ya es un mérito. Su trabajo suele estar muy bien filmado, y eso resulta un mérito adicional. Y si uno cuenta con el retorcido sentido del humor que corresponde, le puede resultar muy divertido, lo que tampoco es poca cosa.

Las anteriores generalizaciones pueden servir de introducción a esta nueva película de Tarantino que da rienda suelta a un par de sus principales obsesiones: la violencia y el cine. Tarantino utiliza la excusa del brutal asesinato de la actriz y modelo Sharon Tate a mano de la “Familia Manson" para hacer una declaración de amor pública al cine y a una época que, tal vez, terminó aquel agosto de 1969. La trama parte de ese episodio macabro y a través de la historia de dos amigos -un actor de películas de vaqueros en la mala (Leonardo Di Caprio) y un doble de riesgo (Brad Pitt)- que intentan encarrilar su carrera, desata con imaginación una abundante dosis de referencias cinéfilas y de la cultura popular de la época. Además se permite el lujo adicional de un despliegue de intérpretes secundarios que a menudo juegan personajes que van a tener una importancia fundamental en la historia central. No es fácil librarse de Tarantino, aunque a veces uno se enoje con él. Después de todo hay poca gente a la que le guste tanto el cine.