Italia, 2018
Dirección: Emanuele Imbucci
Guión: Emanuele Imbucci, Cosetta Lagani, Sara Mosetti, Tommaso Strinati. Fotografía: Maurizio Calvesi. Música: Matteo Curallo. Producción: Sky Italia / Magnitudo. Elenco: Enrico Lo Verso, Ivano Marescotti.
Duración: 97 minutos
Este documental ficcionado retrata la trayectoria de Michelangelo Buonarotti desde la perspectiva del artista y escritor Giorgio Vasari (interpretado por Ivano Marescotti), el gran historiador de los artistas del Renacimiento, combinando sus palabras con la peripecia del Tondo Doni, la única obra conocida que Miguel Ángel pintó sobre madera, está en la Galería Uffizi, y le costó al pintor una larga negociación en la que fue pidiendo cada vez más dinero a su mecenas de turno para terminarla. La banda sonora difunde no sólo las palabras de Vasari sino que las confronta con las del propio Miguel Ángel, desde su aprendizaje, casi un niño, a la sombra de Ghirlandaio, hasta su pasaje a la tutoría de Bertoldo di Giovanni y el conocimiento de Lorenzo el Magnífico. Miguel Ángel (encarnado por Enrico Lo Verso) pinta, esculpe, disecciona cadáveres para aprender la forma humana, habla en voz alta, evoca su disputa con Rafael, vocifera sus frustraciones, denuncia celos ajenos, se pelea con colegas (uno de ellos le rompió la nariz de un puñetazo).
Esa zona del film proporciona un apretado resumen de la trayectoria vital del artista, pero no es por supuesto lo más importante. Porque lo que más vale en una película sobre Miguel Ángel es naturalmente la obra de Miguel Angel. Tanto el Vaticano como Florencia permitieron al equipo de filmación rodar allí donde están el David o la Pietá, y son esos y otros capolavori los que constituyen el verdadero estrellato del film.
“El arte no lo contentaba, él quería el infinito”, reza una cita de Rodin recordada en el film. El resultado es un documental de calidad que muestra con detalle minucioso y esmeros de composición visual iluminación la obra del artista, y hasta permite asomarse a algunos aspectos de su personalidad, entre el orgullo y la angustia, entre la ambición y la conciencia de la propia genialidad. Cuando buena parte del arte contemporáneo se ha convertido en una ostensible estafa que involucra a críticos y marchantes, conviene recordar los tiempos en que para pintar o esculpir había que saber pintar o esculpir.