Irán, Francia, Luxemburgo, 2025
Dirección: Jafar Panahi
Guion: Jafar Panahi. Fotografia: Amin Jaferi. Producción: Les Films Pelléas, Bidibul Productions, Jafar Panahi Film Productions, Pio & Co, arte France Cinéma. Elenco: Ebrahim Azizi, Madjid Panahi, Vahid Mobasseri, Mariam Afshari, Hadis Pakbaten, Delmaz Najafi, George Hashemzadeh
Duración: 105 minutos
Esta película representa el regreso al primer plano internacional de Jafar Panahi tras su salida de prisión y la revocación de la prohibición de viajar impuesta por las autoridades iraníes. Fue realizada clandestinamente, sin permiso oficial en Irán, como ha ocurrido con buena parte de su filmografía reciente. Sin embargo, mientras escribimos estas líneas Panahi ha vuelto a ser condenado in absentia por el régimen iraní. Una condena de un año de prisión y prohibición de viajar por dos años, acusado de “actividades de propaganda” contra el régimen.
Este contexto no es accesorio: lo que hay detrás del film (la represión, la clandestinidad, la voz de un cineasta disidente) nutre todo su sentido. La película parte de un suceso aparentemente menor: un accidente de auto en el que una familia atropella un perro. Esa simple, y banal colisión desencadena una serie de hechos mucho más oscuros.
El protagonista, tras el accidente, acude a un mecánico para reparar el coche. Pero el mecánico, llamado Vahid, cree reconocer en un hombre con muleta al torturador que lo agredió en prisión años atrás.
A partir de esa sospecha se desencadena un drama colectivo: Vahid reúne a otras víctimas, todas con historias horribles de tortura, abuso de poder y trauma, para intentar confirmar si ese hombre es realmente el torturador. Pero hay un problema moral/identificatorio: todos estuvieron con los ojos vendados, no vieron su rostro; la “identificación” depende de señales menos confiables (voz, el paso, recuerdos traumáticos). Ese clima de duda, sospecha y deseo de justicia/revancha se vuelve el eje narrativo.
Así, una anécdota cotidiana se convierte en el detonante de una reflexión sobre la memoria, la impunidad, la justicia, y la imposibilidad de certezas cuando la tortura es sistemática y la represión omnipresente. A partir de ahí la película pone en tensión el deseo de venganza con la dificultad de confirmar identidades tras torturas: aunque el hombre sospechoso parece “encajar”, nadie puede asegurarlo al 100 %. Eso genera una ambigüedad moral dolorosa: ¿se puede castigar sin pruebas? ¿Qué tan confiables son los recuerdos traumáticos?
Ese dilema ético funciona como metáfora: en un régimen represivo, la verdad puede volverse borrosa, y la justicia oficial, imposible. Los personajes comparten un pasado de terror estatal. Su unión para buscar justicia subraya el valor de la memoria colectiva frente al olvido. En un país donde denunciar puede significar el silencio forzado o la cárcel, el film reivindica la voz de los sobrevivientes.
Que la película misma haya sido rodada de forma clandestina subraya su condición de acto de resistencia. Panahi convierte su propia vulnerabilidad (como disidente, ex–preso, artista perseguido) en arte. En este sentido, la película trasciende la ficción: es una declaración contra la censura, la represión y la imposición del silencio. Al no ofrecer certezas absolutas, el film evita discursos maniqueos de buenos vs. malos. En cambio, muestra la complejidad humana, y cómo, en contextos de violencia sistemática, la justicia no siempre tiene una forma clara.
Esa ambigüedad obliga al espectador y, simbólicamente, a la sociedad, a cuestionar las formas de justicia, castigo, reparación. Aunque es en esencia un thriller de venganza y justicia, la película incorpora elementos de humor negro e ironía sutil, lo que permite matizar lo dramático sin trivializar el trauma. La puesta en escena es sobria, casi “minimalista”, pero intensa: se enfoca en actuaciones, diálogos, silencios, traumas emocionales más que en efectos grandilocuentes, lo que le da verosimilitud y fuerza. Esa combinación de minimalismo. densidad moral y crudeza simbólica es típica del cine de Panahi, y aquí se potencia con la experiencia personal del director. La película funciona como un reflejo y un espejo crítico de realidades no solamente iraníes, visibilizando sufrimientos, luchas y memorias que suelen quedar invisibilizadas.