Un remoto pueblo de montaña de los Alpes italianos a finales de la Segunda Guerra Mundial. La historia se introduce en la familia del maestro local y muestra cómo la llegada de un soldado desertor alterará su vida y conducirá a todos sus miembros a un destino inesperado. El resultado es una infrecuente película ambientada en el pasado que parece estar
en sintonía con la conciencia de la época que retrata.
Maura Delpero, quien dirigió y escribió el guión basándose en recuerdos de su propia familia, y su notable fotógrafo Mikhail Krichman, cuyas composiciones son elegantes y limpias y brindan a la vista un amplio espacio para explorar, proporcionan una narrativa deliberada, lenta a propósito para lograr un efecto. Hay más silencio y ruido ambiental que música. Las escenas tienen inicios y finales, y se disponen una tras otra en una clara progresión de causa y efecto que se podría trazar en una línea de tiempo. A veces presenta, por ejemplo, una toma exterior estática de una pequeña casa, una escuela o un establo en la ladera de una montaña con picos imponentes que se alzan al fondo, y espera pacientemente mientras los personajes avanzan penosamente por el encuadre mientras el viento gime o silba. Esta es una forma diferente de ver y experimentar la realidad. La presentación de una antigua forma de vida tiene algo así como la conmoción de lo nuevo.
Sin ningún resumen verbal explícito, la película deja claro que se trata de una sociedad altamente patriarcal que no cuestiona sus principios organizativos. Un murmullo acompaña la llegada de un joven soldado apuesto pero furtivo llamado Pietro (Giuseppe De Domenico), un soldado siciliano que salvó la vida de un tío de la familia en la guerra. Pietro es un desertor, lo que lo convierte en objeto de controversia. Los aldeanos debaten la pertinencia de albergar a alguien así: desertar es malo, según se les ha enseñado, pero Italia y Alemania están al borde del colapso porque cayeron víctimas de la ideología fascista, y la guerra en sí es horrible, estúpida e inútil, así que quizás la deserción no sea tan mala en este caso. Pero a Lucía no le interesa analizar los detalles: se enamora de Petro a primera vista, y el primer plano de ella girándose para mirarlo mientras él se cuela tarde en un servicio religioso es tan sutilmente impactante que encajaría a la perfección en una película neorrealista italiana de finales de los años cuarenta. Una relación entre ellos es una inevitabilidad narrativa, pero no se desarrolla como cabía esperar.
La película funciona como un cuento transmitido de generación en generación. Muchas veces desconocemos por qué los personajes toman ciertas decisiones, solo que las toman. A veces, una mirada silenciosa basta para comunicar que un cambio está a punto de ocurrir, o que ocurrió fuera de la pantalla. Hay inteligencia y sensibilidad en esa pintura.