Cuando uno de sus amigos de la infancia se traslada a un asentamiento israelí en Cisjordania, el cineasta suizo de origen palestino Yvann Yagchi no puede comprenderlo, y decide viajar a Palestina para hacer el intento de reconectar con sus raíces. Allí, a través de su cámara, es testigo de la brutalidad de los asentamientos y pronto se convierte en persona non grata. Ya no puede filmar, así que para evocar las imágenes que no existen recurre a la animación. Mientras compone una carta sincera a su amigo, revisita su historia familiar en Palestina. Así, la película se consolida como una importante exploración artística que da voz a la memoria y a la identidad en un contexto marcado por la amnesia y la violencia.