La historiadora Ana Ribeiro afirmó alguna vez acerca de Jorge Batlle que la historia sería más benevolente con él que muchos de sus contemporáneos. No se equivocaba, y la reivindicación del personaje, con sus luces y sus sombras, llegó incluso antes de lo que muchos pensaron. Durante mucho tiempo, el sector más obtuso de la izquierda (no el inteligente y honesto) le atribuyó la villanía de la infidencia, un episodio de enriquecimiento ilícito que, los hechos lo probarían, no lo tuvo como responsable. Es más difícil desconocer su vinculación con la crisis del 2002 (al fin y al cabo, en ese momento era el presidente de la república), pero responsabilizarlo solo a él de todo lo que pasó entonces es una tontería: las crisis suelen ser multicausales, y el interesado pudo tener una parte de la culpa de lo que pasó, pero también contribuyó a su solución.
Ni santo ni demonio, entonces. Se puede naturalmente discrepar con sus ideas políticas, a menudo y con error catalogadas como “neoliberales” (él bromeaba afirmando que era en realidad un “paleoliberal”), pero es más difícil escapar a la fascinación que provocaba el personaje en sí, inteligente, polémico, arriesgado en momentos en que otros callaban (las fuerzas armadas lo tuvieron detenido por “afectar su moral” afirmando que planeaban un golpe de Estado), opuesto siempre a la dictadura militar que otros no vieron venir o apoyaron.
Este documental de Federico Lemos (quien ha declarado que bien podría haber hecho igualmente una película sobre Wilson o sobre Seregni, otros dos personajes que razonablemente lo atraen) intenta poner las cosas en su sitio. Aunque sin duda simpatiza con su biografiado no incurre en la fácil hagiografía, equilibrando sus dosis de cal y de arena. La película abarca las cinco candidaturas presidenciales de Batlle y su llegada a la presidencia en 1999, pero también explora otros aspectos de su trayectoria, como su apoyo a la reforma “naranja” en 1966, su prisión durante la dictadura, su activismo en favor del NO en el plebiscito de 1980, su negociación con George W. Bush para escapar de la trampa mortal del 2002, su creación de la Comisión para la Paz (una buena idea que muchos sabotearon y solo funcionó a medias), sin esquivar el examen, más matizado de lo habitual, de la novela de la “infidencia”. Hay mucho uso de un riquísimo material de archivo, y también testimonios aportados por más de cincuenta personas, desde Danilo Astori y José Mujica hasta su hijo Raúl Lorenzo, Julio María Sanguinetti y el historiador Gerardo Caetano (a quien, dicho sea de paso, don Julio María ha rezongado por algunas cosas que dice de él, a su juicio inexactas). Hay variedad y riqueza en la propuesta; no es imprescindible estar de acuerdo con la película y ni siquiera con Batlle para reconocer que el resultado aporta algo a eso que tanto nos falta: el debate.