La historia es real y no constituye, por cierto, un momento de gloria en la vida de la iglesia católica. La acción arranca en 1858 en los Estados Pontificios, y se centra en la familia judía Mortara integrada por padre, madre y nueve hijos, uno de los cuales, Edgardo, fue secretamente bautizado al borde de la muerte por una sirvienta católica, que creyó que lograría así que el chico fuera al cielo y no le dijo nada a la familia. El muchacho no murió pero técnicamente el bautismo lo convertía en católico y, en una de sus más famosas metidas de pata, el papa Pío IX lo hizo secuestrar y llevar al Vaticano para criarlo como católico. El asunto fue un escándalo que añadió otra mancha a una iglesia que perdería pronto buena parte de su poder.
Los padres de Edgardo, lucharon con todos sus medios para recuperarlo, pero el Papa no aceptó devolver al niño. El menor acabó estudiando para sacerdote en Roma hasta el año 1870, cuando el reino de Italia hizo desaparecer a los Estados Pontificios. Mortara se dirigió entonces a Francia, ordenándose como sacerdote a la edad de 21 años. El padre Mortara pasó el resto de su vida fuera de Italia y murió en Bélgica en 1940, a la edad de 88 años.
El director Marco Bellocchio debutó en 1965 con la obra maestra Los puños en los bolsillos y desde entonces ha cuestionado diferentes formas del abuso de poder. En este film no cuestiona la religión como dogma sino el comportamiento indebido de determinados religiosos en sus manejos sociales y políticos. Su película no es “anticatólica” (como han creído algunos católicos demasiado susceptibles) sino antiautoritaria, y el mal uso del poder no es privativo de una religión (o una fuerza política) determinada. En todo caso, la realización es intensa, el tema atrapante, y la denuncia merecida, aunque se piense correctamente que la Iglesia no es solamente Torquemada o los cruzados.
Ganadora del David di Donatello a mejor guión, y varios galardones en rubros técnicos.