Mo viaja con una organización humanitaria a la isla griega de Lesbos para ayudar a los refugiados, pero cuando logra salvar de ahogarse a migrantes en un bote inflable a punto de naufragar, las autoridades lo acusan de trata de personas. A través de numerosas reuniones con su abogado defensor Knud Foldschack, Mo se ve obligado a rendir cuentas sobre cada paso y acción realizados por él y su equipo de voluntarios. A medida que somos testigos de los acontecimientos reales que condujeron al arresto, el abogado de Mo se inquieta cada vez más en torno a evidencias que pueden tener un impacto crítico en el futuro de su defendido. El film de Gulnov es muy inteligente al mostrar el choque de dos mundos: el de los inmigrantes que no tienen nada y que se rigen por el más básico instinto de supervivencia y el de los países de acogida (o, más frecuentemente de no acogida, gobernados por personas que se autoperciben virtuosas y que seguramente se emocionaron hasta las lágrimas mirando La lista de Schindler en el cine) que, con sus necesidades satisfechas protegidas por burocráticos sistemas penales, no tienen empacho en dejarlos morir o de mandar a prisión a quienes no pueden ni quieren darles la espalda.