Francia, 2009
Dirección: Robert Guédiguian
Guión: Serge Le Péron, Gilles Taurand. Fotografía: Pierre Milon. Música: Alexandre Desplat. Producción: Agat Films, Canal+, Cinecinema , France 3 Cinéma. Elenco: Virginie Ledoyen, Simon Abkarian, Robinson Stévenin, Jean-Pierre Darroussin
Duración: 139 minutos
Segunda Guerra Mundial (1939-1945). En el París ocupado por los alemanes, el obrero y poeta Missak Manouchian encabeza un grupo de jóvenes partisanos judíos, húngaros, polacos, rumanos, españoles y armenios decididos a enfrentar a los nazis. En la clandestinidad, poniendo en peligro sus vidas, se convertirán en héroes. Los atentados de estos guerrilleros extranjeros causaron verdaderos problemas a los nazis y sus colaboradores. La información sobre sus acciones, que incluyeron el asesinato de un general de las SS, terminó por llegar a Berlín. Siguiendo órdenes de la Gestapo la policía francesa desplegó y multiplicó sus efectivos, aumentó la vigilancia, apeló a las denuncias, el chantaje y la tortura, hasta que finalmente 22 hombres y una mujer fueron condenados a muerte en febrero de 1944. En una última operación de propaganda, se presentó a ese grupo de resistentes como el Ejército del Crimen, y sus rostros quedaron inmortalizados en un medallón sobre un fondo rojo que todas las ciudades del país colgaron en sus paredes.
Manouchian y otros fueron fusilados por los nazis el 21 de febrero de 1944, y entraron en la leyenda. Esta exhibición a ochenta años de su muerte debe ser entendida como un merecido homenaje.
La película prolonga algunos rasgos persistentes e implica también una variante en la trayectoria del director marsellés Robert Guédiguian (Marius et Jeanette, ¡Al ataque!, Lady Jane, La casa junto al mar, entre otras). Persisten la preocupación social y política, la adhesión a causas de izquierda, la calidez en el acercamiento a los personajes. Varía, en cambio, su habitual entorno marsellés y contemporáneo, para optar por una ambientación de época para contar una historia real, trágica y heroica. Lo hace con la solvencia que se le conoce, y su frecuente vocación por un estilo clásico, menos preocupado por florituras de lenguaje que por una tendencia a ir directamente al fondo de su asunto y redondear una actitud comprometida y denunciatoria.