Sandra, una escritora alemana, vive con su marido Samuel y su hijo ciego, Daniel, en un chalet en medio de los Alpes franceses. Cuando Samuel fallece en misteriosas circunstancias, la investigación no puede determinar si se trata de un suicidio o de un homicidio. Sandra es arrestada y juzgada por asesinato, y el proceso pone su tumultuosa relación y su ambigua personalidad en el punto de mira. Su vida da un giro cuando Samuel fallece y la policía debe determinar si fue un homicidio a manos de Sandra o un suicidio. El juicio, al que su hijo Daniel deberá acudir para testificar, se convertirá en una radiografía de la compleja relación entre el matrimonio, así como los conflictos con su hijo.
Es sobre este telón de fondo que Triet empieza la milimétrica elaboración del caso. Tal como se va evidenciando, la intención detrás de tantas horas de grabación no es sencillamente mostrar si Sandra es culpable o no de asesinato. La película no persigue construir situaciones que den un vuelco de 180 grados al respecto de determinar la muerte de Samuel. No hay plot twists- al menos no en el mismo sentido que en películas como las de Nolan o Park Chan Wook-. El juicio, por el contrario, es el pretexto narrativo con el cual el film indaga alrededor de la relación entre la pareja de escritores: sus miedos, sus frustraciones y sus conflictos. Los resentimientos, las marcas del pasado que no han podido ser eliminadas, las heridas abiertas sin suturar, las hendiduras no afrontadas, todo ello finalmente se materializa en el juzgado, mediante una estructura cuasi-teatral que recuerda bastante a otros dramas judiciales, al estilo de Doce hombres en pugna, de Sidney Lumet.
Así, las revelaciones que se van dando durante el juicio, además de aclarar mejor el contexto familiar y de pareja en el que se enmarcó la muerte de Samuel, van revelando facetas de la personalidad de ambos progenitores que eran desconocidas por el hijo de estos. Este es un punto clave del metraje: presenta cómo incluso los individuos más cercanos a nosotros, con quienes compartimos vida, alimento, cobijo, afecto (existencia familiar, en resumen) realmente pueden esconder facetas discordantes con la imagen que ostentamos sobre ellos.
Justine Triet es una de las directoras francesas más interesantes de su generación por su corta pero sustanciosa filmografía de corte feminista. Obtuvo la atención de la crítica en 2012 con el cortometraje Vilaine Fille, mauvais garçon, con el que obtuvo el Premio del Cine Europeo al Mejor Cortometraje y el Gran Premio del Festival Premiers Plans d´Angers. Después vinieron La batalla de Solferino (2013), Victoria (2016) y El reflejo de Sybil (2019), todas estrenadas en Cannes.
La crítica especializada no se ha reservado sus opiniones, alabando el suspenso y la reflexión que logra crear en el espectador. “Un brillante thriller psicológico que perdura durante días”, escribió The Telegraph en su crítica.