La nieve cubre las montañas de Japón. Como cada noche, un pescador llega a la lonja de la ciudad. Recién despierto, su hijo de seis años no puede volver a dormirse. En casa, donde todo el mundo duerme, el pequeño hace un dibujo que desliza en su cartera. Por la mañana, su silueta somnolienta se aleja del camino a la escuela y se interna en la inmaculada profundidad de la nieve.
Esta colaboración entre el francés Damien Manivel y el japonés Kohei Igarashi ofrece una audaz y encantadora historia de huida infantil contada con inmensa ternura. Takara, el hijo de seis años de un pescador, incapaz de seguir durmiendo cuando su padre se marcha, emprende una aventura en su búsqueda a través de los hermosos paisajes nevados del pueblo donde viven. Todo ello sin una sola palabra durante la sucesión de planos cuadrados que cuentan la odisea del pequeño protagonista como si fueran ilustraciones japonesas clásicas. La película —graciosa y poseedora de cierto suspense en torno al hilo conductor— semeja una poética y actual fábula sobre la separación que el mundo contemporáneo ejerce sobre dos seres, un espacio en principio infranqueable y que sin embargo no lo es tanto para el alma inocente de un niño.