Elena (Itsaso Arana) y Daniel (Vitor Sanz) siguen casados ​​con la ciudad a diferencia de sus amigos Susana (Irene Escolar) y Guillermo (Francesco Carril). La última pareja se mudó a un pequeño pueblo rural y regresó a la ciudad para una rara reunión en un concierto de piano.
Se sabe que es raro porque, con una copa de vino después del espectáculo, Susana y Guillermo parecen haber estado contando los meses desde que se mudaron. “Tenéis que venir a verla”, insisten sobre su nuevo hogar, mientras Elena y Daniel se retuercen en sus asientos. “Es solo media hora en el tren”, les recuerdan a sus amigos. Se hacen promesas y, seis meses después, Elena y Daniel emprenden un viaje un tanto reacio a los suburbios, comenzando con ese arrogante error urbano de pensar que saben más de trenes que sus anfitriones. A medida que se les muestra la casa soleada y relativamente palaciega, los placeres del campo son claros, pero también lo son las desventajas, ya que las conversaciones de las parejas continúan durante el almuerzo, el tenis de mesa y una caminata un poco torpe.
Es una configuración simple pero efectiva; un paseo con carácter impulsado por cuatro excelentes actuaciones y un diálogo ingenioso arraigado en la verdad. A pesar de la incomodidad creada por la ausencia y la expectativa, el afecto entre los cuatro es palpable, al igual que la gentil diversión cuando Elena se emociona demasiado con un libro político que está leyendo.
La película trata acerca de amigos que intentan llevarse unos a otros a sus nuevos mundos, ya sean estos literales o ideológicos. Se trata de anhelar compañía y querer aferrarse a amistades que pueden haber sido más cercanas en el pasado. Filmado durante la pandemia, el film termina con una coda inusual, pero eso no es desagradable. Es un placer pasar 64 minutos con estos cuatro y, en última instancia, con los cineastas responsables de presentarlos.
Javier Ocaña, de El País de Madrid, ha dicho que la película es “una hora con la sencilla solemnidad de Jonás Trueba (...) es escueta, elevada en sus conversaciones y en sus pretensiones, rotunda, hermosa, libre, personalísima. Y, al mismo tiempo, es muy sencilla en su estructura”. Según su colega y compatriota Quim Casas, de El Periódico: ”sin ser una película abiertamente política, es un filme de resistencia, franco, directo, fluido, algo triste, bien construido alrededor de sus cuatro intérpretes y con una hermosa coda de carácter experimental”.