Todo lo relativo a las fronteras de los territorios de lo que una vez fue la URSS ha demostrado ser una bomba de relojería. Extinción es un mosaico ecléctico de materiales (ficción y no ficción) liderado por Kolya, que es de nacionalidad moldava, pero se declara habitante de Transnistria. Los fragmentos atraen al espectador al imaginario colectivo de la Unión Soviética. La película pretende hacer una reflexión abstracta sobre las últimas posiciones políticas de Vladimir Putin de "guerra sin guerra, ocupación sin ocupación".
Con un minimalismo estético que recuerda a Tarkovsky y un expresionista blanco y negro cercano a la fotografía de Bela Tarr, la lisboeta Salomé Lamas retoma en su tercer largometraje los conceptos de desarraigo y frustrante melancolía respecto al lugar habitado. La cámara sigue a Kolya, nacido moldavo, pero con pasaporte ruso por su trabajo, y de sentimiento de pertenencia a un país inexistente, Transnistria, que aplica sus propias leyes en un aparentemente calmo estado de las cosas que podría quebrar en cualquier momento. Lamas expone una Europa que, presumiendo de paz, está plagada de fronteras y de habitantes que cada día cruzan tres países para acudir a su trabajo.