Una mujer desaparece. Dos hombres salen en su busca, ambos la aman. ¿Por qué se fue? Cada uno de ellos tiene su propia sospecha, y la oculta al otro que, misteriosamente, nunca llega a ser su rival. Ninguno tiene razón, pero, ¿alguien la tiene? Esa huida repentina se revela como el centro secreto de una serie de ficciones que el film, sutilmente, se encarga de entretejer: el secreto del corazón de otra mujer, perdida también hace ya muchos años; el secreto de la vida de un pueblo de campo, sacudido por un acontecimiento sobrenatural que nadie parece percibir; el secreto de la llanura, que no deja de extenderse y devorarlo todo, como las sombras que inundan el mundo después del atardecer,
Trenque Lauquen posee una extrañeza hipnótica sumamente difícil de describir: todo marcha de forma calma, con varias tomas largas en las que reina el silencio y con pausas en unos diálogos que se perciben sumamente naturales. Ante esto, el espectador se sumerge en el relato, observa y se siente a gusto, como imantado a lo que sucede, sin saber hacia dónde se dirigirá el asunto.
Dividido en dos partes (y a su vez cada una de ellas en capítulos), este extenso film (de más de cuatro horas) es capaz de desconcertar por su capacidad de dar giros inesperados en cuanto a las tramas que decide tocar. Es así que ocurre, tras una primera entrega cargada de misterio en la que uno quiere seguir descubriendo más, un cambio bastante particular en el segundo acto, cuando se exploran senderos que escapan a lo imaginado, pero conservando ese flanco enigmático (aunque puede que con más altibajos) que predomina en la película de Citarella.
Trenque Lauquen trata de una experiencia diferente, es una de esas obras en las que el espectador se mantiene expectante y conforme con lo que está viendo, pero sin poder entenderlo o explicarlo con certeza, y ese es el principal acierto y atractivo de este excéntrico e interesante film.

La proyección se divide en dos partes con un intervalo de 10 minutos.