foto Dulce País

Dulce País

Sweet Country

Australia, 2017

Dirección: Warwick Thornton

Con Hamilton Morris, Bryan Brown, Sam Neill.

Duración: 112 minutos

¿Un western australiano? Sí y no. O más bien sí, pero en la versión revisionista y pro aborigen que en los Estados Unidos diera lugar a películas como La flecha rota (1950) de Delmer Daves, La puerta del diablo (1950) de Anthony Mann, Apache (1954) de Robert Aldrich, El ocaso de los cheyennes (1954) de John Ford, Cuando es preciso ser hombre (1970) de Ralph Nelson o Pequeño gran hombre (1970) de Arthur Penn. No hubo que esperar a que Kevin Costner hiciera en 1990 la inferior Danza con lobos para reivindicar a los indígenas.
La trama de Dulce país se basa en una historia real que el guionista David Tranter (aborigen australiano al igual que el director Warwick Thornton) oyó una vez a su abuelo, acerca de un nativo arrestado y juzgado por el asesinato de un hombre blanco. En la película el personaje (Hamilton Morris), vive con su esposa (Natassia Gorey Furber) bajo la custodia de un afable predicador (Sam Neill). El matrimonio es tratado por el religioso con dignidad y de forma igualitaria, un rasgo excepcional en una época en la que la mayoría de los aborígenes tenían dificultades con sus amos.
El religioso comete involuntariamente un error fatal: presta a sus trabajadores a un nuevo vecino (Ewen Leslie), un militar recién llegado del frente que necesita ayuda para arreglar el lugar donde vive. El recién llegado es una bomba de tiempo siempre a punto de explotar, un hombre amargado y violento que trata a los aborígenes con desprecio. Hay varios enfrentamientos tensos y finalmente una muerte en legítima defensa, pero para los blancos en general todo aborigen es culpable hasta que se demuestre su inocencia, y el único indio bueno es el indio muerto. Habrá una fuga, una persecución y varias violencias. Un western, en suma, y de los buenos, con una entrelínea antirracista que lo enriquece.

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