foto Bardo, falsa crónica de unas cuantas verdades

Bardo, falsa crónica de unas cuantas verdades

México, 2022

Dirección: Alejandro González Iñárritu

Guión: Alejandro González Iñárritu, Nicolás Giacobone. Fotografía: Darius Khondji. Música: Bryce Dessner. Producción: Estudios Churubusco, Redrum. Elenco: Daniel Giménez Cacho, Griselda Siciliani, Íker Sánchez Solano, Leonardo Alonso, Andrés Almeida, Ximena Lamadrid, Ruben Zamora, Fabiola Guajardo, Omar Leyva, Grantham Coleman

Duración: 159 minutos

Coescrita con Nicolás Giacobone, colaborador de Alejandro González Iñárritu en Biutiful y Birdman, esta película reimagina al director como Silverio (Daniel Giménez Cacho), un afamado periodista y documentalista mexicano que vive en Los Ángeles desde hace 20 años y que recibirá un prestigioso premio internacional.

La clave del absurdo se establece cerca del principio, en la escena en la que la cámara flota por un pasillo de hospital para encontrar a Silverio esperando el nacimiento de su hijo. Pero los médicos le informan a la madre del niño, Lucía (Griselda Siciliani), que él no quiere salir a este mundo roto y proceden a volver a meter al bebé dentro de ella. Ese infante reaparece en otros momentos inoportunos. Poco a poco se va conociendo que murió apenas un día después de nacer, una tragedia que aún duele a Silverio y Lucía, así como a sus hijos adultos, el adolescente Lorenzo (Íker Sánchez Solano) y la veinteañera Camila (Ximena Lamadrid).

Silverio se prepara para la ceremonia de premiación y la publicidad relacionada al galardón. Los sentimientos encontrados acerca de estar de regreso en su país de origen lo abruman. En el Castillo de Chapultepec de la Ciudad de México, el embajador de los EE UU pasa por alto los comentarios mordaces de Silverio sobre las probabilidades acumuladas de la Guerra México-Estadounidense a mediados del siglo XIX, lo que llevó al documentalista a conjurar una recreación a gran escala de la batalla que tuvo lugar allí, con cadetes uniformados con pelucas de mala época. La historia de México cobra vida de una manera igualmente poco convencional aunque más sombría cuando Silverio deambula por las calles de la capital, inicialmente vacías, luego bulliciosas y cosmopolitas, y dobla una esquina para encontrar desaparecidos tirados en el pavimento a su alrededor, y luego enfrenta a Hernán Cortés, el conquistador español responsable de la caída del Imperio Azteca, en la cima.

Parte del autointerrogatorio de Silverio, sobre su miedo a morir y dejar atrás un legado de trabajo sin sentido puede resultar familiar pero hay un aspecto conmovedor en la consideración del personaje acerca de lo que le costó a él ya su familia dejar atrás su país. Llamándolo un inmigrante de primera clase alguien aguijonea las punzadas de culpa de su padre por su privilegio, evidentes cuando al ama de llaves de la familia se le niega el acceso para acompañarlos a la playa en un lujoso resort privado. La amarga ironía de la existencia relativamente cómoda de Silverio se pone de manifiesto en una escena
literal pero efectiva en el aeropuerto de Los Ángeles, donde un agente fronterizo latino le informa que su estatus de residente no le otorga el derecho de llamar hogar a Estados Unidos. Los ajenos siguen siendo ajenos, sugiere Iñárritu en esta película talentosa y singular.

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