Millones de chinos hacen transmisiones en vivo online. Aquellos cuya pobreza, deficiencias físicas o género les impiden participar en el mundo real, encuentran de ese modo contacto humano. Un retrato colectivo basado en 800 horas de material de video que muestra fragmentos de vidas que se entrelazan con las salas de exhibición virtuales.
La película que ganó en Róterdam despliega, a partir de su material de archivo, la fauna de freaks, de hijos de la generación del exhibicionismo vacuo. En lugar de seleccionar los presentadores con más seguidores, Zhu elige los tipos más marginales: una bailarina callejera con un pésimo sentido del ritmo, una niña paralizada, un travesti de mediana edad o un conductor de grúa aburrido de su rutina. Y el discurso poderoso de cómo en una sociedad como la de China, cultural y filosóficamente tan alejada del show-bizz anglosajón y protestante, rueda ya también carcomida por el ombliguismo procaz de YouTube y el Mini-Yo. La censura china ha restringido el fenómeno y miles de canales han sido cerrados. Y es que la transmisión en vivo es completamente apolítica, pero las vidas que se exponen dicen mucho sobre la sociedad china contemporánea y sus defectos.