Estados Unidos, 1986
Dirección: David Lynch
Guión: David Lynch. Fotografía: Frederick Elmes. Música: Angelo Baladamenti. Producciín: De Laurentiis Entretainment Group. Elenco: Kyile MacLachlan, Isabella Rossellini, Dennis Hopper, Laura Dern, Hope Lange, Dean Stockwell
Duración: 120 minutos
Cuando el protagonista (Kyile MacLachlan) encuentra una oreja humana caída en el suelo, piensa que pueda tratarse de una evidencia de asesinato. Sin embargo, la pasividad policial da comienzo una investigación personal que es también una forma de descenso a los varios círculos del infierno. El rompecabezas de secuestro, degradación sexual y tráfico de drogas que empieza a recomponerse ante sus ojos no pasa de ser, en realidad, un mero pretexto, y sería un error craso creer que Lynch se interesa primordialmente por la resolución de ese enigma. Una fascinación por lo extraño, lo monstruoso y lo pesadillesco había sido, probadamente, el rasgo más significativo de la obra previa de Lynch, desde su inicial El hombre elefante y Dune hasta las posteriores Corazón salvaje, Carretera perdida o El camino de los sueños. Esta vez, empero, Lynch no apela a la justificación histórica o genérica para desencadenar sus pesadillas. La monstruosidad no es aquí física sino moral, y se instala en una borrosa frontera donde se confunden el Bien y el Mal, el afán por esclarecer un delito horrendo y ayudar a una víctima con la curiosidad morbosa por sus anormalidades de conducta. “¿Quién eres tú, un detective o un pervertido?”, le pregunta en determinado momento al protagonista su rubia colaboradora y probable enamorada, y el joven queda sin respuesta.
Como en La ventana indiscreta de Hitchcock (película que no en vano admira Lynch), el espectador es colocado en la incómoda posición del voyeur que contempla a otro voyeur cuya conducta provoca, sin embargo, resultados admirables (James Stewart resolvía un asesinato y evitaba un suicidio, gracias al hecho de espiar a sus vecinos), y el juego de ambigüedades se prolonga en varias otras instancias: la mezcla de atracción y repulsa que ejerce el personaje de Isabella Rossellini, la escisión que MacLachlan experimenta entre las dos mujeres (la rubia que representa la normalidad burguesa mientras la otra es la fascinación de lo oscuro y pecaminoso), hasta el final donde un aparente happy end es inquietantemente contradicho por la imagen del pájaro que aprieta en su pico el cadáver de un insecto.
Lynch construye un relato que solo aparentemente participa de las reglas del cine policial de serie negra, y más ampliamente de las de todo un cine “de géneros”, con su diálogo deliberadamente lugarcomunero, sus estallidos de violencia y amenaza, sus vueltas de tuerca y sus persecuciones en automóvil. La inspiración más profunda de Terciopelo azul proviene en cambio del surrealismo, con su liberación de los impulsos del inconsciente (hay todo un costado edípico en el asunto: Rossellini como madre sustituta a la que MacLachlan posee, tras enfrentar al padre vicario Dennis Hopper) y su gusto por las imágenes sorprendentes (una cortina de terciopelo que se agita inquietantemente, el descubrimiento de los cadáveres en el departamento). Para ello Lynch cuenta con el respaldo de varios colaboradores talentosos, desde el fotógrafo Frederick Elmes hasta la diseñadora de producción Patricia Norris y el músico Angelo Badalamenti, que contribuyen a la creación de la atmósfera espesa y nocturna que domina en buena parte de la película.