foto Roma

Roma

Mexico, 2018

Dirección: Alfonso Cuarón

Fotografía: Alfonso Cuarón. Montaje: Alfonso Cuarón, Adam Gough. Producción: Esperanto Filmoj, Participant Media. Elenco: Yalitza Aparicio, Marina de Tavira.

Duración: 135 minutos

Quisieron el azar –o Netflix, que no es nada azaroso- que la Roma de Alfonso Cuarón no viese la luz anunciada en el festival de Cannes sino, tres meses más tarde, en el Lido de Venecia, en donde su obra se hizo con el León de Oro y se convirtió en eso que llamamos un clásico súbito. Una pieza maestra que, según se respira en la sala, se es consciente de estar asistiendo al nacimiento de una película indeleble. Cuarón, que venía de la tan lejana –o no- pero en cualquier caso aterradora distopía de Hijos de los hombres, o del aún más disonante espacio exterior en 3D de Gravity, nos abruma con Roma, un viraje hacia lo real que, más que una toma de tierra, es abrazo telúrico de una grandeza autoral y humana inusitada.

Recoge en ella las vivencias de una familia en el México de fines del 70 hasta agosto o septiembre del 71, impecablemente filmada en blanco y negro con una cámara de 65mm. Es un retablo de clases -el arriba y abajo de la servidumbre indígena y la oligarquía de gen hispánico- medido en su decente acercamiento desde los recuerdos agridulces del niño bien que debió de ser Cuarón y la relación con su nana mixteca en la colonia Roma del DF.

Y el gran angular de su mirada hacia su niñez exhala de modo áureo la esencia de ese tiempo, la nostalgia con algo de The Last Picture Show (aquí en vez de Howard Hawks en una sala solitaria, son los cines populares que proyectan películas de Louis de Funès), nostalgia bien entendida en torno a un país que no era aún estado fallido sino otra cosa, jerárquica al extremo, con la ominosa dictadura perfecta del PRI insinuada de fondo y los ecos de la todavía reciente matanza de Tlatelolco reverberados en otra explosión de violencia que agita la estilizada, sólida, precisa crónica de familia. Es ese momento ya casi legendario –aunque el film únicamente se haya visto en unos cuantos festivales internacionales- de ruptura radical, de quiebra con el pulso intimista de la película, a través de la composición de una coreografía del fascismo: la alineación de masas, el grupo paramilitar de los Halcones, creados para la represión por el presidente Echevarría, y que provocó en agosto de 1971 la masacre del jueves de Corpus con más de 120 estudiantes asesinados.

Se incrusta esa necesaria memoria de la represión colectiva con el predominio de las ondas recuperadas en el tiempo de una familia, un relato que posee momentos de la intensidad de esa secuencia en la cual asistimos a lo que parece va a ser un múltiple ahogamiento en el mar, producido en un fuera de campo, y que resume -como lección de cine descomunal- las dimensiones de Roma como obra maestra que complementa y abre un respiradero de ternura en el México de la sangrante impiedad que ha monopolizado la generación de oro de Reygadas y Escalante.

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