La ópera prima del director y guionista boliviano Alejandro Loayza Grisi se centra en tres miembros de una familia quechua con la espectacularidad del altiplano como telón de fondo. Allí viven de una manera austera Virginio y su esposa Sisa. El hombre saca su rebaño durante el día, mientras la mujer se ocupa de la casa y de ir al pueblo a buscar agua. Su rutinaria vida se verá frustrada por tres amenazas. Por un lado, lleva un año sin llover y la situación en la zona es insoportable, por otra Virginio tiene problemas respiratorios, aunque aumentan día a día, y finalmente llega su nieto Clever desde la ciudad para convencerles de que se vayan del lugar. Para entender mejor las cosas conviene saber que los indios quechuas la naturaleza y el ser humano están ligados desde que se nace hasta que se muere. La idea de desarraigo puede ser estremecedora.
Una manera de leer la película es entenderla como una reflexión sobre las consecuencias del cambio climático y el cataclismo que sobrevuela especialmente sobre los grupos más olvidados los que sufren los daños en mayor medida. El altiplano boliviano, donde viven ganaderos tradicionales aislados del progreso tecnológico, padece la desertificación propia de la escasez prolongada de lluvias. Este problema se evidencia en Utama con una serie de planos generales que huyen de la idea de embellecer, que a veces se asemeja más a una postal turística. Aquí los paisajes aparecen desnudos de ornamentos, solo la piel agrietada y la ausencia de vegetación toman protagonismo. La estupenda fotografía se detiene, sin estetizarlos, en planos que muestran interminables cielos azules, kilómetros de desierto y las montañas al fondo. El director evita los diálogos largos, se centra más en los movimientos y miradas de sus protagonistas, y también consigue mostrar la división de tareas, las formas de actuar y los roles masculino y femenino de los habitantes de la zona. Por momentos, el film se convierte también en una suerte de documental sobre las creencias místicas y los sacrificios ceremoniales, que en este caso se realizan para convocar la lluvia.
La crítica ha llegado a ser entusiasta. Para Juan Pando, de Fotogramas, "todo en esta joya cinematográfica resulta sorprendente. (...) A ratos, situaciones, imágenes, personas o encuadres parecen destellos del mejor John Ford." Para Carlos Aguilarm de IndieWire, la película "sale adelante combinando realismo mágico y una fotografía hermosamente precisa (...) Las imágenes que conjura a veces nos adentran en el lenguaje de lo desconocido" . Según Todd McCarthy, de Deadline "está hermosamente elaborada y demuestra habilidad y confianza a la hora de dar vida a la existencia en un páramo remoto.". Premio del Jurado en Sundance y mejor película iberoamericana, dirección y banda de sonido en el Festival de Cine de Málaga-