ADOPCIÓN (OrSkbefogadás). Hungría 1975. Directora, Márta Mészáros. Jefe de producción, Gyórg y Rozsasi. Libreto de Márta Mészáros y Gyula Hernádi. Fotografía, Lajos Kottai. Montaje, Eva Kármento. Dirección artística: Tamas Banovich. Decorados, Evar Martin. Vestuario Zsuzsa Viczé. Música, Gyorg y Kóvacs. Producción Hunnia Film (Budapest). Elenco : Kati Berek (Kata ), Lázsló Szábó (Jóska ), Gyongyver Vigh (Anna ), Dr. Arpád Perlaky (médico), Peter Fried , Isztván Szóke , Flóra Kadár, Janos Boross, Erzsi Vársa, Istvan Kaszás, Aniko Kiss, Zsófi Mészáros, Judit Felvideky, Iren R ácz, Erik a Józsi, András Szigati.
Duración: 83 minutos. (Sala Cinemateca; 26/6/80)
El film es lineal y no admite segundas lecturas. Su desarrollo se pega a los personajes, a los gestos, a la piel, al efecto de las miradas. Todo es aparentemente sencillo, directo y literal, como si la única preocupación de la directora Márta Mészáros consistiera en someter al espectador a una convivencia emocional (y sentimental) con su protagonista, una mujer sola, sin hijos, con amante inepto y 43 años más bien críticos.
El film mantiene un tono introspectivo e intimista por recursos muy simples: la primera secuencia se abre sobre manos, objetos, el rostro del personaje, lo que hace y siente.
En grandes primeros planos, con objetos que invaden el campo visual de cada toma, genera una aproximación sencual, una suerte de intimismo que es también una forma de adherirse a la vida, sentimientos, reacciones humanas, como si la cámara fuera el medio de aproximación a lo que pasa dentro de la protagonista. Hay ,casi un placer de convivencia en la detallada descripción de cómo las manos moldean la madera sobre una cinta de pulido, o cómo el chorro de aire libera a las mujeres del aserrín. En ese mundo de objetos apresados sensualmente (en parte, la misma relación que Agnés Varda establece con los objetos y los colores de La felicidad, la piel de las manos, el rostro quebrado por arrugas, la piel cansada pero vital de Kati Berek, se convierten en la vía de comunicación con el espectador. El resultado puede parecer moroso y descriptivo, pero al mismo tiempo resulta inevitablemente conmovedor. Cuando la protagonista establece un vínculo impensado con Gyóngyvér Vigh, una adolescente que fuga de un reformatorio vecino y pide ayuda a la mujer, las caricias desmañadas, la sensibilidad a flor de piel de los personajes surgen como un álito de ternura
transparente. Como ocurre a lo largo de casi todo el film los gestos importan más que el desarrollo de la trama. Es a través de los gestos que se comprende la transida humanidad de los personajes: el amor, el afecto y la comunicación son para la adolescente la posesión estrecha con el novio, un estallido de los sentidos, una liberación o una plenitud.
La idea está expresada por los gestos y en la proximidad de la cámara, en el sagaz contrapunto con la reacción de la protagonista, de espaldas, alejada, en tareas rutinarias, mientras en la pieza de al lado los jóvenes se poseen.
Cada secuencia está planeada para que la comunicación con el espectador se dé a través de los sentidos, con diálogos banales o inexpresivos, con un contenido dramático atonal y con una modalidad apenas naturalista en los intérpretes. Los exteriores de la casa de Kati Berek, en un pueblíto de provincias, parece un cuadro de soledad, como su propia vida. El encuentro del novio de Gyóngyvér Vigh con los padres de la muchacha, sin una sola palabra que lo delate, implica tres actitudes vitales, entre el egoísmo del padre, el sometimiento de la madre, la espontaneidad del adolescente. Una salida a un restaurante de las dos mujeres antes que vincularlas con el mundo exterior las aísla en un ritual de gestos, sonrisas y felicidad compartida. El film se detiene sobre las vacilaciones (la muchacha llegando a la casa luego de su fuga), las ansias (la reunión de Kati Berek con su amante Lászlo Szabó), la plenitud de vida (el agua corriendo sobre la piel bajo la ducha). Semejante carnalidad no destruye la conmoción del tema. Lo que tenuemente corre detrás es la urgente necesidad de sobrevivencia de la protagonista: desea un hijo, su amante lo niega, advierte en su amiga adolescente un reflejo de su propia vida y de su hijo posible, descubre que el hombre a quien ama es realmente incapaz de aceptar a una mujer como su igual. Esa revelación se produce naturalmente, durante la visita de Kati a la mujer de su amigo, pero no hay durante la secuencia nada que la subraye, sólo los gestos, actitudes y decisiones que el hombre impone a su mujer, y es el espectador el que debe reaccionar, como — silenciosamente— reacciona la protagonista.
Un único tema, un desarrollo centrado en pocos personajes, y sobre todo una descripción de soledades y compañías, se convierten en manos de Márta Mészáros en una lección de sensibilidad. Por la sencillez alcanza la plenitud y el espectador se sorprende conviviendo con un conflicto del que participa con una forma de amor por los personajes, un equivalente del "padecer con" del teatro clásico. Ese resultado, estético y emocional, se explica por tres razones: la primera, la sensibilidad plástica de la directora, hija de un escultor famoso en los años previos al nazismo, ella misma aficionada al arte; la segunda consiste del gusto por compadecer a seres que siente la autora como un reflejo personal. La tercera razón es quizás la más importante: hay una sensibilidad femenina a flor de piel en todo el film, no sólo porque sus protagonistas sean mujeres, sino por su capacidad táctil hacia las cosas y las personas. Al mismo tiempo que establece un distanciamiento del conflicto, Márta Mészáros se adhiere con la cámara a los seres humanos, con una suerte de pudor muy particular. La originalidad no está en la forma, por otra parte espontánea, sino en la actitud. Como ella misma lo reconoce, "Nosotras las mujeres vemos el mundo de una manera diferente a como lo ven los hombres. Quizás tenemos más sensibilidad para apreciar las pequeñas delicadezas, más capacidad para apreciar el contenido sentimental". Hay apenas tres o cuatro personajes en el film, pero el mundo humano que descubren es mucho más ancho y rico: se trata de la sobrevivencia, de la solidaridad afectiva, de la búsqueda de plenitud, del descubrimiento de la vida. Que la directora Márta Mészáros lo logre a partir de la simplicidad total parece por momentos un rasgo de maestría y casi siempre una forma de amor.
M. Martínez Carril
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