Estados Unidos, 1925
Dirección: Charles Chaplin
Guión: Charles Chaplin. Fotografïa: Roland Totheroh, Jack Wilson. Producción: United Artists. Elenco: Charles Chaplin, Mack Swain, Tom Murray, Malcolm Waitem, John Rand, Albert Austin
Duración: 87 minutos
Chaplin había alcanzado una fama mundial con varias docenas de cortos, y ya había realizado dos largos (El pibe; Una mujer de París) antes de emprender esta comedia dramática que es probablemente, junto con Luces de la ciudad, una de sus dos obras maestras. Fue también la segunda producción de Chaplin para Artistas Unidos, empresa que fundara con David Wark Griffith, Douglas Fairbanks y Mary Pickford. Para entonces el comediante había pulido definitivamente sus aptitudes como actor (que han sido siempre la herramienta central de su arte), y había alcanzado ese equilibrio asombroso entre humor y patetismo que constituye otro de sus recursos esenciales.
Como solía ser habitual en Chaplin, la filmación tuvo sus complicaciones, incluyendo un divorcio con Lita Grey que lo llevó a cambiar de actriz y optar por Georgia Hale para encarnar al principal personaje femenino. El rodaje se extendió hasta los catorce meses en la Sierra Nevada y en estudios, la producción se excedió notoriamente de su presupuesto inicial, y nadie protestó porque el resultado fue un enorme éxito de taquilla. Eran los tiempos en los que una buena película podía ser también un éxito de público.
Hay buenas razones para ese éxito. La película amplía y mejora casi todo lo que Chaplin había hecho hasta el momento con su personaje del vagabundo Carlitos, lanzándolo a una aventura que lo sustrae de su habitual entorno urbano para enfrentarlo a la penuria física del frío, el hambre, tipos hostiles y hasta un oso. Los rasgos habituales del personaje (tristeza, soledad), se acentúan en la helada Alaska.
En medio de ese catálogo de calamidades, la inventiva cómica de Chaplin funciona a su mejor nivel. Es típico del cineasta que no haya una firme construcción narrativa en La quimera del oro sino más bien una acumulación de episodios que tienen su valor propio. Y entre esos episodios hay muchos que son memorables: el almuerzo del zapato, el baile de los panecillos, la locura del compañero hambriento que imagina que el protagonista es una gallina y se dispone a almorzarla, las piruetas de la cabaña al borde del precipicio. Y al lado de esos momentos de legítimo humor están los otros, los ramalazos de poesía y de drama, el amor imposible de Carlitos por Georgia Hale que acaso no merecía el forzado happy end.
Chaplin seguiría en el mismo tono por lo menos en otras dos películas (El circo, Luces de la ciudad), y luego ampliaría irregularmente su registro hasta la ambición de la sátira social o la crítica política (Tiempos modernos, El gran dictador) en la que se lo vería menos seguro, aunque el humor permanecía intacto, como permanece en esta remasterización de La quimera del oro a un siglo de su realización.