Afirma la leyenda que Edward Yang (1947-2007) tuvo una revelación cuando, con cerca de treinta años, vio Aguirre, la ira de Dios (1972) de Werner Herzog y se convenció de que se podían hacer películas magníficas sin un presupuesto extravagante.
De niño fue un buen alumno, y después de recibir su título de posgrado en ingeniería eléctrica de la Universidad de Florida a mediados de la década de 1970 se quedó en Estados Unidos y trabajó como ingeniero durante siete años aproximadamente. Cuando terminó de entender que lo que le interesaba era el cine, a comienzos de los ochenta, regresó a Taiwán y comenzó una carrera de veinte años como cineasta. Conviene recordar su formación científica. La precisión analítica forma parte esencial de su estilo sutil pero distintivo, una suerte de rigor intenso que no se contenta con los meros juegos mentales. Detrás de su visión artística existe la búsqueda de una forma más penetrante y original de racionalidad, con la sensibilidad como parte de su núcleo constituyente. Sus composiciones visuales sugieren la idea de que las figuras geométricas están estrechamente vinculadas al conocimiento intuitivo; su juego con el sonido a menudo da lugar a momentos de sorpresa, sacando a su espectador de la asociación o percepción cuya naturalidad suele darse por sentado durante mucho tiempo. Su demanda de exactitud formal y narrativa produjo un estilo que a menudo se describe como sobrio, distante, frío y desafiante.
Los mundos narrativos construidos por Yang constituyen una forma cinematográfica de historia del desarrollo de Taiwán en la segunda mitad del siglo XX. Un día de verano (1991) se basa en un incidente real, un asesinato que tuvo lugar en 1961. La película se realizó poco después de que se relajara la censura gubernamental, cuando la historia de Taiwán se convirtió en un tema permisible para un debate y una reflexión más abiertos, pero la versión original sin cortes no se proyectó públicamente en Taiwán hasta 2007. Los adolescentes perdidos y confundidos de esta película, que luchan por encontrar un sentido de pertenencia e identidad, habrán crecido hasta la misma edad que los adultos o los padres en el mundo del último largometraje de Yang, Yi Yi: Las cosas simples de la vida (2000), ambientado en el Taipei de principios del milenio. Ha pasado el tiempo y muchas cosas han cambiado, pero la dificultad para lidiar con el significado completo de la vida persiste.
La única otra pieza de época de Yang es su primer cortometraje, un segmento titulado Expectations, donde hay referencias a la gira japonesa de los Beatles de 1966. Aunque pocas de sus obras están ambientadas en el pasado, las películas contemporáneas de Yang tienen una conmovedora actualidad que está profundamente arraigada en la historia y los cambios de Taiwán. Su primer largometraje, Aquel día en la playa (1983), a través de complejos flashbacks y flashforwards, describe una narrativa que abarca desde finales de los 60 hasta principios de los 80. Junto con Una historia de Taipei (1985), estas tres primeras películas ponen en primer plano la interioridad femenina en un Taiwán que atraviesa cambios socioeconómicos drásticos.
Una de las preguntas que se plantean de forma persistente en las películas de Yang es: en tiempos cambiantes, cuando los valores de cada uno están en constante reconstrucción, eliminación y asimilación, ¿cómo puede la gente mantener intactos su propio carácter e ideales y, al mismo tiempo, seguir siendo adaptable y apta para vivir en armonía con el nuevo momento? Sus tres últimas películas, “La trilogía del Nuevo Taipei”, A Confucian Confusion (1994), Mahjong (1996) y Yi Yi: las cosas simples de la vida (2000) , orquestan intrincados mosaicos narrativos con exploraciones estilísticas lúdicas. Las dos primeras de este grupo no sólo describen de forma explícita y feroz el impacto del capitalismo en las relaciones personales en Taipei y el papel de la tradición en una metrópolis cada vez más multicultural, sino que también exponen un vacío espiritual generalizado y una timidez intelectual que generan consecuencias desafortunadas o aterradoras. Yang amaba profundamente a Taipei, pero como cualquier verdadero amigo, nunca fue un mero adulador. Al exponer los problemas asociados con la alienación urbana, el predominio del pensamiento materialista y la creciente opacidad de la intimidad humana, permitió que la ciudad, con su historia única y su identidad complicada, se convirtiera en un sitio maravilloso para que el mundo contemplara cuestiones perennes como el sentido de la vida, la búsqueda de la felicidad, el conocimiento del yo y los desafíos de la navegación del individuo con fuerzas sociales más amplias.
El cine de Yang, que personifica una aguda sensibilidad tanto a la magia de la forma cinematográfica como al poder de sus posibilidades narrativas, habla de diferentes corrientes o momentos del modernismo. Hace visibles las transformaciones y los tumultos interminables de la psiquis humana en medio del cambio: difíciles, aterradores, a veces emocionantes, pero siempre inevitables. Este ciclo reúne algunas de sus culminaciones.
DIR: Edward Yang / 169 min.
Taiwán 1983.
DIR: Edward Yang / 128 min.
Taiwán 1985.
DIR: Edward Yang / 110 min.
Taiwán 1986.
DIR: Edward Yang / 237 min.
Taiwán 1991.
DIR: Edward Yang / 175 min.
Taiwán, Japón 2000.