Semana negra

Esta es la tercera vez que la Cinemateca se suma a las actividades de la Semana negra, un encuentro internacional de literatura policial que integra además del cine, periodismo, pintura, fotografía, gastronomía, música, teatro, talleres, intervenciones artísticas, juegos, enigmas y mucho más. En cada edición se celebran tertulias, mesas redondas y debates en los cuales se exponen diversos aspectos de este popular género literario. Además, se busca la reflexión sobre la criminalidad real y sus vínculos con la literatura y el arte a través de la participación de profesionales del derecho y la criminología, configurándose como una oportunidad para debatir el problema de la criminalidad en relación con el poder, la sociedad, la economía y la educación. Asisten escritores y especialistas del género de varias nacionalidades.

El término “negro” (o más bien noir) aplicado a una variante de la literatura y el cine policiales es de origen obviamente francés, aunque la materia a la que se aplica sea básicamente norteamericana, con alguna derivación secundaria en Inglaterra y Francia e imitaciones aisladas en otros países (en los últimos años los escandinavos han tenido bastante que decir sobre el asunto). Los escritores y cineastas norteamericanos tuvieron que leer a los franceses para saber que estaban haciendo “policiales negros”, del mismo modo que el burgués de Molière descubrió que siempre había hablado en prosa sin saberlo.

En el papel impreso, el género nace en los Estados Unidos a fines de los años veinte y comienzos de los treinta, como una reacción ante las convenciones de la novela policial “a la inglesa” (el whodunit o “¿quién lo hizo?”), con su ámbito aislado, su crimen perpetrado del modo más extravagante posible por un asesino listo y solitario, y su detective más listo aún (generalmente un aficionado) que resuelve el enigma en el último capítulo. Los escritores norteamericanos que en ese momento empezaron a ser llamados hardboiled (algo así como “los duros de pelar”) se rebelaron contra ese esquema artificioso y conservador (un orden transgredido que se restaura), instalaron sus intrigas en un universo mucho más realista y duro, acentuaron los rasgos de violencia (el policial británico es casi siempre mucho más educado), incorporaron frecuentemente elementos de crítica social y describieron un universo donde las fronteras entre el Bien y el Mal no solían estar claramente definidas. Autores como James M. Cain (El cartero llama dos veces, Pacto de sangre), W. R. Burnett (La jungla de asfalto), el fundamental Dashiell Hammett (La llave de cristal, El halcón maltés, Cosecha roja) y poco después el culminante Raymond Chandler (El largo adiós) no es solamente acaso la mejor novela policial que se haya escrito nunca, sino también una de las mejores novelas norteamericanas del siglo veinte, a secas) abrieron nuevos caminos. Esa literatura ambigua y sombría, tan alejada de Agatha Christie (quien no por casualidad es la autora de novelas policiales que gusta a quien no le gustan las novelas policiales) debe ser entendida como un reflejo indirecto de las oscuridades de la Gran Depresión, fue escrita a menudo por gente de izquierda (Hammett, cuya Cosecha roja es, directamente, una novela política) y remitía a menudo al desorden moral o social. Oficialmente, el cine tardó una década en dar cuenta del fenómeno, aunque hay de hecho una primera versión cinematográfica de El halcón maltés en 1931 y una segunda, muy olvidable, cinco años después, y Hammett dio origen a una célebre serie policial (las aventuras de Nick y Nora Charles, interpretadas por William Powell y Myrna Loy) que se ubicaba más bien en una línea de whodunit con ribetes de humor. El código de la industria vigilaba de cerca, y el cine policial de los años treinta osciló entre esas lecciones moralistas y el film de gangsters. Lo “negro” irrumpió oficialmente en la pantalla hollywoodense con la tercera y más famosa versión de El halcón maltés dirigida por Huston, y se extendió a lo largo de toda la década con otros clásicos del género (Pacto de sangre de Wilder sobre Cain, Al borde del abismo de Hawks sobre Chandler, Los asesinos de Siodmak sobre Hemingway, Traidora y mortal de Tourneur) que reflejaron algunos de los desencantos de la Segunda Guerra Mundial y después.

El género conoció en cine algunas variantes. El Código continuaba vigilando y el componente erótico de los originales solía suavizarse (la descafeinada El cartero llama dos veces de Tay Garnett es un ejemplo muy claro) Algunos rasgos se conservan, sin embargo, incluyendo cierto fatalismo existencial y un clima onírico que puede ser el aporte de algunos alemanes formados en el expresionismo (Lang, Siodmak, Ulmer) que influyeron en el género. El presente ciclo es más modesto (en número, no en niveles de calidad) que el de años anteriores, pero casi nadie va a discutir la inclusión de Los sobornados de Fritz Lang o de Que el cielo la juzgue, una variante infrecuente del género. Es más peculiar El beso amargo, que de hecho combina noir y melodrama (en realidad, Que el cielo la juzgue también lo hace), con el sello inconfundiblemente personal del maestro Samuel Fuller.

Los Sobornados

DIR: Fritz Lang / 89 min.

Estados Unidos 1953.

Que el cielo la juzgue

DIR: John M. Stahl / 110 min.

Estados Unidos 1945.

El beso amargo

DIR: Samuel Fuller / 90 min.

Estados Unidos 1964.