Un hombre (Sergi López) y su hijo (Bruno Núñez) llegan a una rave perdida en Marruecos. Buscan a Mar, su hija y hermana, desaparecida hace meses en una de esas fiestas que se extienden más allá del amanecer. Reparten su foto una y otra vez rodeados de música electrónica y un tipo de libertad que desconocen y, quizás, temen. Es en esa búsqueda que conocen a un grupo de raveros (término coloquial para una persona, aficionada a la cultura de las fiestas rave y la música electrónica) y deciden seguirlos a una última fiesta que se celebrará en el desierto, donde esperan encontrar a la joven desaparecida.
La narración se mueve entre géneros: de la road movie a la aventura existencial, con escenas que recuerdan tanto al delirio postapocalíptico de Mad Max como a la tensión clásica de El salario del miedo de Clouzot. El diálogo, escueto y casi murmurado por un reparto compuesto principalmente por actores no profesionales, adopta un tono filosófico conforme avanza la trama. Pero el lenguaje principal es visual y sonoro: la hipnótica música tecno de Kangding Ray se cuela en la mente del espectador, mientras la fotografía de Mauro Herce construye imágenes de una potencia sobrecogedora, en las que el desierto no es solo escenario sino personaje.
En realidad, se trata de una aventura espiritual anclada a la materia y perforando sinuosamente esa materia, como el sonido lo hace con los cuerpos. Y, como éstos, la película se va transformando a lo largo del metraje, de maneras bruscas e inesperadas.
La elección del escenario no es arbitraria. Aunque nunca se mencione, ese “desierto” es uno de los territorios más dolorosamente cargados de significado político y humano. El muro marroquí, el exilio saharaui, los peligros fruto de los conflictos políticos que nunca terminan... Todo eso está ahí, pesando en el fondo, sin subrayados. No se enuncia, pero se siente. Y eso no es negligencia: es una forma narrativa que exige al espectador un posicionamiento activo.
La película transita de forma fluida entre la fiesta y la tragedia. Comienza de manera despreocupada para terminar en una trama profundamente existencial. En una época de cine saturado de secuelas, remakes y estructuras narrativas predecibles, Sirāt trae algo diferente, atreviéndose a sacudir al espectador. Y en ese riesgo, encuentra su mayor valor.

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