Japón, 2011
Dirección: Goro Miyazaki
Guion: Keiko Niwa, Hayao Miyazaki, sobre un manga de Chizuru Takahashi. Música: Satoshi Takebe. Produccion: Studio Ghibli, NTV, Dentsu Inc.
Duración: 91 minutos
Este fue el segundo largometraje animado de Goro Miyazaki, hijo del gran Hayao, cerebro mágico de los estudios Ghibli. La colina de las amapolas es un cuento sobre el paso de la niñez a la adolescencia, la toma de responsabilidades y el descubrimiento del primer amor, todo ello ambientado en los años 60, en un Japón que se debate entre la tradición que lo llevó al desastre de la II Guerra Mundial y el modernismo rupturista que supusieron los Juegos Olímpicos de Tokio de 1964.
La película se divide en dos tramas, por un lado un amor adolescente amenazado por un pasado demasiado enrevesado, casi un culebrón televisivo latinoamericano. y por otro la lucha de unos jóvenes por salvar el club de estudiantes de su instituto, un club cargado de historia y tradición que la nueva ola de modernismo que invade el país, quiere llevase por delante. La primera historia no importa mucho, pero el tratamiento de la segunda levanta considerablemente el nivel de la película.
Quienes han visto la película anterior de Goro, Cuentos de Terramar, basado en la gran Ursula K. Le Guin, han afirmado sin dudarlo que este segundo esfuerzo constituyó una clara superación. Se trata de una obra adulta, sensible sin resultar sensiblera y de un acabado serio y brillante. Además, Goro defiende con acierto algunas de las constantes del cine de su padre: por un lado, la defensa de la tradición y el pasado como elementos fundamentales que requieren respeto y reconocimiento para construir un mejor futuro, y por otro, los conflictos adolescentes que demandan una asimilación y un enfrentamiento posterior para crecer personalmente.
Con la visión más naturalista e intimista de Ghibli, la película retrata una Yokohama rural de principios de los sesenta desde el hogar de Umi, muchacha de secundaria que se ocupa de él en ausencia de su madre; en las escenas interiores el director sitúa el plano a la altura de la mesa, aprendiendo de su padre las influencias de Ozu. Todo se desarrolla al paso tranquilo de la joven y al ritmo paciente del mar que se expande frente a su casa, con la belleza del simple costumbrismo, junto el que se respira, contradictoriamente, el aire de rebeldía de aquella década, un sentimiento airado de política revolucionaria contra las ataduras de un pasado ya obsoleto, dando pie a una discusión sobre la importancia de preservar el pasado y su legado para construir un futuro mejor. sin cometer los mismos errores.